Otro conciertazo más del señor Tomate

Fotografías: David Mudarra

Hubo un tiempo no tan lejano en el que yo era joven y estúpido y Tomatito me parecía un rollo de guitarrista. Luego me reformé, tuve que dar un montón de bandazos por la vida pero acabé encontrando el buen camino y ahora no me canso de ver a este señor en el escenario. Quiero decir: tampoco es que se haya convertido de repente en mi guitarrista favorito, no, el guitarrista de mis amores sigue siendo Vicente (Amigo), pero reconozco que el señor Tomate se ha ganado ya para siempre un cacho grande en mi corazón. También influye el hecho de que Tomatito es el guitarrista que más veces he visto yo en directo. No es tan raro, se puede ser fan de los Red Sox de Boston y vender cacahuetes en el campo de los Yankees de Nueva York y acabar con el corazón dividido. Aunque quizá sea más habitual lo que me pasa a mí con las motos: yo ahí sólo tengo corazón para mi Valentino Rossi y me paso las carreras empujando mentalmente para que se piñen Marc Márquez y Jorge Lorenzo (perdón, quería comprobar que era posible hacer gracietas deportivas sin hablar del Mundial de Fútbol). En fin: que mi corazón sí tiene sitio de sobra para varios gigantes de la guitarra, aunque estén reñidos entre ellos, y alguien debería explicar de una vez la enemistad de estos dos —Tomate y Vicente—, que no sé por qué me da que hay ahí una historia jugosa.

El asunto es que la otra semana (14 de junio, jueves), Tomatito volvió a actuar en Madrid. Fue en los Teatros del Canal, dentro del Festival Suma Flamenca 2018. Soy Flamenco, se titulaba el espectáculo. Guitarra: Tomatito. Segunda Guitarra: José del Tomate. Cante: Kiki Cortiñas y Morenito de Illora. Percusión: El Piraña. Bailaor invitado: Juan de Juan. Duración: más de hora y media. Valoración (imagínenme interrogándome a mí mismo el corazón): pura magia.

¿Fue el mejor concierto de todos los que le llevo yo vistos al Tomate? Hombre: si atendemos a consideraciones técnicas, estoy muy lejos de poder ofrecer ahora mismo una respuesta seria, y si atendemos a facultades físicas, pues bueno, el mítico guitarrista de Camarón sigue cumpliendo años como todo el mundo y justo en un mes inauguramos cifra en la casilla de las decenas (José Fernández Torres, Almería, 20 de agosto de 1958), pero se le ve fuerte y poderoso como un león. De hecho, yo diría que es el león que manda en la selva desde que nos dejó Paco de Lucía. Ahora bien, si hablamos de magia, entonces sí, ninguna duda, acontecimiento histórico en el tanteador de las plusmarcas de mi corazón. Es verdad que apenas ha pasado una semana desde el concierto y todavía lo tengo reciente, pero háganme ustedes caso, cuando se trata de magia tengo un corazón que no me suele fallar. Corazón, he ahí la gran razón de ser de todo guitarrista.

La que sí me está empezando a dar fallos es la próstata. Hacia la mitad de la función no fui capaz de aguantarme las ganas y me vi obligado a abandonar precipitadamente mi butaca para ir a descargar la vejiga. Aprovecho para repetir mis disculpas a los espectadores de la fila 9 que tuvieron que levantarse para que pudiera salir. No me perdí mucho, mi incontinencia coincidió con el momento en que Tomatito presentaba a sus músicos, pero lo preocupante es que esto mismo ya me pasó hace unas semanas en el Auditorio Nacional de Música, en un concierto de Rocío Márquez. Allí no molesté a tanta gente porque mi butaca estaba pegada al pasillo central y además conté con el apoyo directo de una unidad de intervención compuesta por tres acomodadores, dos de ellos me escoltaron hasta el servicio de caballeros y un tercero, una vez solucionada mi urgencia, se ocupó de buscar el momento oportuno entre canción y canción para devolverme a mi butaca. Esta vez, en cambio, tuve que apañármelas yo solito, ni un acomodador había en todo el edificio y viví unos momentos de verdadero apuro. O sea: no sé si soy yo que me oriento fatal en estos palacios de la alta cultura o es que el diseño de los Teatros del Canal no es lo suficientemente funcional —un saludo, señor arquitecto Juan Navarro Baldeweg—, el caso es que las pasé canutísimas para encontrar el servicio de caballeros y por un pelo no se consumó la tragedia. En fin, el arte imita a la vida y la vida es en su mayor parte escatología. Muy alarmante lo de mi próstata.

 

Germán San Nicasio

Escritor

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