El rapto de Alba Molina (2)

 

Hola, amigos de la NASA, la CIA, o quienquiera que pueda interceptar este mensaje encriptado. Mi nombre es Germán San Nicasio y soy agente de los servicios secretos españoles. Ex agente, más bien. Como quizá ustedes ya sepan, me encuentro en paradero desconocido desde la noche del viernes 1 de diciembre, y, bueno, aunque también es probable que nadie me haya echado de menos, he decidido dar señales de vida no porque pueda haber alguien preocupado por mí, algún familiar o amigo mío, sino para dar envidia al mundo. Por decirlo de manera resumida: estoy vivo, estoy en buen estado y estoy feliz. Más feliz que nunca. Así que ya está, paren la búsqueda, no hace falta que nadie me venga a rescatar. Tampoco creo que pudieran llegar hasta aquí aunque quisieran.

Estoy tecleando este mensaje en el teléfono móvil personal de Alba Molina, famosa cantante española que seguramente también les sonará a ustedes, aunque, bueno, aquí habría que poner muchas cosas entre comillas, más que nada porque Alba Molina ni siquiera es una persona. La información que me dispongo a transmitirles a continuación es muy delicada, alto secreto, información de esa que la Humanidad nunca está preparada para asimilar, lo que pasa es que a mí la Humanidad es algo que en estos momentos me importa tanto como un pepino, con perdón. Allá voy, espero que estén todos sentados:

Hay vida en otros planetas. Vida inteligente, sí, pero una vida del copón, sería el término técnico exacto. O sea, la Tierra sí que es un puñetero desierto de cadáveres comparado con esto. En la semana y pico que llevo yo aquí ya me he sentido más vivo que en toda mi vida.

Sí, amigos, lo de encontrarme en paradero desconocido no es la clásica frase hecha para dármelas de listo. Estoy en otro planeta, en otra galaxia, y, muy probablemente, en otro universo. Siento no ser más preciso ahora mismo, pero ésa es la marca de la casa en los servicios secretos españoles: la falta de precisión. Lo que sí les puedo contar es que aquí se está de lujo y nunca me cansaré de darle las gracias a Alba por haber insistido en traerme con ella. Porque sepan ustedes que al principio tuve mis dudas. Las misiones espaciales siempre me han echado un poco para atrás y, de hecho, más de un chiste sobre mi fobia a los aviones tuve que aguantar desde mi ingreso en la agencia, pero, por suerte, el espacio exterior está lleno de mujeres con iniciativa.

Aprovechando que Alba está ahora en la ducha, voy a hacerles a ustedes una descripción fiel y pormenorizada de los hechos. Tenemos tiempo, ya verán, al parecer las mujeres extraterrestres se pegan unas duchas aún más largas que las terrícolas. De modo que intenten visualizarme aquí tumbado en este colchón inmenso que flota en el aire a varios metros del suelo, llevo una especie de batín rosa fucsia —parece seda, pero es más suave que la seda— y, mientras tecleo esto, picoteo todo tipo de frutas de temporada de una bandeja que también flota por su cuenta. Cuanto mejor me visualicen, mayor será la envidia. Por supuesto, le he pedido permiso a Alba para utilizar su teléfono. No tendría mucho sentido cogérselo a escondidas, todavía no estoy familiarizado con estos teléfonos marcianos y es ella la que tendrá que enviar el mensaje cuando esté escrito.

El jaleo éste se enmarca dentro del operativo que empezamos a diseñar mi compañero Julián Redondo y yo a principios de noviembre, cuando llegó a nuestros oídos que Alba Molina sacaba disco nuevo y que tenía intención de presentarlo en el mítico Corral de la Morería, Calle de la Morería, 17, Madrid, España. Caminando con Manuel, así se titula el disco (Universal Music Spain, 2017). Es básicamente una continuación de su anterior trabajo, Alba Molina canta a Lole y Manuel (Universal Music Spain, 2016), que, por cierto, también se presentó en El Corral de la Morería y también tuvo en danza a los servicios secretos del país. Aquella operación tuvo lugar el 7 de mayo de 2016, contó con la intervención de las fuerzas especiales, incluidos 3 helicópteros Black Hawk, y la cosa se saldó con la desarticulación de un grupo terrorista radical y Alba fue evacuada en uno de los helicópteros. Las autoridades lo celebraron como un éxito sin precedentes en la Historia de nuestros servicios secretos y varios agentes fueron condecorados y todo (hasta yo ascendí de rango), sin embargo, a la vista de las últimas informaciones, y me refiero al hecho de que estábamos tratando con seres alienígenas y ninguno de nosotros se pispó de nada, pues eso, que igual habría que reconsiderar algunos triunfalismos.

El asunto es que Alba Molina canta a Lole y Manuel funcionó todo lo bien que hacía falta para justificar una repetición de fórmula y llegó Caminando con Manuel (no hay que descartar una tercera entrega en un futuro; en cuanto se corra la voz de que Alba Molina es de otro planeta verás tú el estirón que van a pegar las ventas). Las letras son de Manuel Molina, excepto en el tema que cierra el disco, Manuel, compuesto por Alba para homenajear a su padre, y a la guitarra repite Joselito Acedo —muy fan yo de Joselito Acedo— y además hay dos colaboraciones superestelares: Alejandro Sanz y Estrella Morente. Fenomenal todo. Y para garantizar la seguridad el día de la presentación, se recurrió a dos agentes de reputado prestigio: Julián Redondo y un servidor.

Fecha: 1 de diciembre de 2017. Hora: 23.55. Esto ponía en los carteles, pero nosotros, como es habitual en este tipo de operativos, llegamos con un par de horas de antelación para evitar imprevistos. Entretuvimos la espera con unas cañas en otro local de la zona. Algo antes de la media noche, extrañados por la poca gente que se congregaba a las puertas del Corral, nos acercamos a preguntar. El portero, un joven de complexión atlética y buenos modales, nos informó de que el espectáculo empezaría con al menos una hora de retraso. Lo encajamos con deportividad. Julián Redondo y yo no nos hemos pasado media vida en los servicios secretos españoles para venirnos abajo tan fácilmente, estamos acostumbrados a los cambios de horario y a ser los últimos en enterarnos. De modo que eran las 00.45 horas cuando mi compañero y yo fuimos conducidos a nuestros asientos en el salón del Corral de la Morería, y a la 1.00 de la madrugada subió al escenario la bailaora Blanca del Rey, encargada de hacer las presentaciones. Alba Molina hizo su aparición a las 1.02 horas.

Me llamó la atención el vestido de Alba: negro zaíno, con las faldas hasta los tobillos y las mangas hasta las muñecas. Por lo que se refiere al asunto artístico propiamente dicho, y aunque suene a excusa barata por mi parte, yo soy —era— agente secreto, no crítico musical, así que no esperen ustedes aquí grandes juicios de valor. La función no duró mucho, algo más de una hora, pero Alba lo dio todo, y hay que tener en cuenta el catarrazo atroz que llevaba encima. Según nuestras informaciones, la cantante se pasó los tres días previos al concierto sin salir de la cama —con fiebre—, y yo puedo dar fe de que el virus era guerrero porque, en efecto, me lo acabó contagiando (ya estamos los dos bastante recuperaíllos, gracias, ahora les cuento). El repertorio se basó en los dos discos ya mencionados y Joselito Acedo estuvo afinadísimo toda la noche y también hubo tres individuos sin identificar que dieron palmas.

El público que llenaba El Corral de la Morería disfrutó mucho y yo he de confesar que también dispensé algún que otro aplauso. Aplausos sinceros, me refiero, porque aplaudir es algo que hubiera tenido que hacer de igual modo, estaba en misión oficial y tenía que pasar desapercibido. Pero sí, me gustó de verdad el concierto, aunque no tanto como a mi compañero Julián Redondo. O eso me pareció a mí: él también estaba en misión oficial, claro, y es posible que sólo estuviera sobreactuando, tendríamos que hacerle la prueba del polígrafo y ni aún así estaríamos seguros, pero la realidad es que no paró de dar palmas y exclamar oles y hasta se acercó al escenario para sacar fotos con su teléfono. «Esto es caviar del caro, ¿eh?», llegó a decirme mi compañero en un momento de éxtasis exacerbado, y a mí me chocó un poco porque, bueno, Julián en sus horas libres es un flamenco al que yo tenía catalogado como cabal, y Alba Molina no es que sea precisamente La Paquera de Jerez. Entiéndaseme: yo soy fan acérrimo de Alba, en serio, es uno de mis grandes mitos eróticos de todos los tiempos, y más ahora que hemos pasado de lo platónico a lo marciano, y ya he dicho antes que yo no soy crítico musical, pero eso no quita para que pueda tener mi propia opinión. Y mi opinión es que la hija de Lole y Manuel en las jonduras flamencas no se maneja del todo mal, pero, seguramente por motivos de herencia cultural y genética, tampoco se termina de soltar. El respeto hacia sus padres le pesa mucho en el ánimo cuando se sube al escenario, y no es descabellado pensar que su catarro de aquellos días pudiera estar relacionado con algún tipo de cosa psicosomática rara. Por eso creo que Alba brilla más cuando se acerca al pop, al flamenquito pachanguero que tanto me gusta a mí, y, en esa línea, sus discos Despasito (Virgin España, 1998) y Alba Molina (Virgin España, 2001) me siguen pareciendo lo mejor que ha hecho ella hasta la fecha.

Dicho lo cual, también soy de la opinión de que un hombre tiene derecho a cambiar de opinión si de repente el viento cambia de dirección, las opiniones son veletas, no bloques de mármol, y Alba está a punto de salir de la ducha y, aunque todavía no sé cómo funcionan las divas extraterrestres en términos de vedettismo y demás, sospecho que algunos sentimientos son universales y puede que tocar según qué teclas sea peligroso en cualquier planeta.

El caso es que después del concierto mi compañero se empeñó en saludar a Alba. No es algo que tengamos prohibido, al revés, es bastante habitual que los agentes interactúen en mayor o menor medida con las personas a las que tienen que proteger, pero ahí fue cuando se nos echó a perder la misión.

Julián y yo nos quedamos remoloneando por el salón del Corral hasta que Alba salió por fin de los camerinos y mi compañero la abordó al estilo James Bond ibérico:

—Hola, soy Julián, Julián Redondo, me ha encantado el concierto —y dos besos.

Y entonces Alba me miró a mí y Julián añadió:

—Somos de Chalaúra —que es la tapadera que nunca falla: periodistas, no requiere ningún talento especial para dar el pego, pero Alba seguía sin sonreír y no me quitaba los ojos de encima.

—¿Y tú cómo te llamas? —me preguntó finalmente la diva.

A partir de aquí los hechos se precipitaron de mala manera y la noche se desmadró en una espiral de miedo y confusión de la que apenas conservo en la memoria unas pocas imágenes inconexas. Alba Molina mordiéndose las uñas mientras Julián descorcha una botella de Dom Pérignon. Alba Molina echando Dom Pérignon en mi copa. Alba Molina echando más Dom Pérignon en mi copa. Julián poniéndose el casco de su moto (creo que ésa fue la última vez que vi a mi compañero). Alba Molina y yo en un taxi. Alba Molina y yo en un ascensor. Alba Molina y yo en un jacuzzi.

Lo siguiente que recuerdo es un traqueteo muy molesto y continuo por todo el cuerpo y despertarme lleno de hebillas y cinturones de seguridad que me mantenían sujeto al asiento ergonómico de una nave espacial. O sea: yo al principio no sabía que era una nave espacial, claro, lo primero que pensé fue que me habían atrapado los rusos, pero no tardé en darme cuenta de todo. Sólo tuve que mirar por la ventanilla que tenía al lado y ver aquella cosa con forma y tamaño de canica. Era la Tierra. Nuestro difunto planeta Tierra. Menudo susto, macho. Cinco paradas cardiorrespiratorias seguidas sufrí. No sé cuántas descargas eléctricas me aplicaron los servicios médicos en la enfermería de la nave hasta que consiguieron reanimarme, todavía tengo las marcas en las costillas. En fin, el tipo de cosas que dan mucha risa cuando las ves en las películas pero que si te pasan a ti te cagas vivo. Cuando me volví a despertar estaba sentado en la cabina de la nave, justo al lado del piloto. Y el piloto resulta que no era otro que Manuel Molina. El mismo. Sus barbazas entrecanas, sus ojillos vivos, su media sonrisilla gamberra. Le reconocí a la primera, faltaría más, pero tardé en encontrar las palabras adecuadas:

—¿Adónde vamos, señor Molina? —pregunté.

—A la Felicidad —respondió Manuel Molina sin soltar los mandos. Qué impresión volver a oír su voz tan cerca.

—¿Al cielo? —dije yo—. ¿Estoy muerto?

—No, al cielo no. A la Felicidad, es un sitio distinto.

—No sabía que ese sitio existiese de verdad —comenté. Me sentía un poco fuera de lugar, como Ben Affleck en Armageddon.

—Hay muchas cosas que todavía no sabes, querido Germán. Cosas grandiosas. —Me gustó que Manuel Molina se refiriese a mí por mi nombre de pila. Y añadió—: Ponte cómodo.

Me fijé en que el habitáculo de la cabina estaba decorado con fotos de toreros, casi todas de Morante de la Puebla, y entonces Manuel Molina se abrió la cremallera de un bolsillo —su mono de astronauta profesional estaba lleno de bolsillos— y sacó una cajetilla de Marlboro. Me la tendió para ofrecerme.

—¿Se puede fumar aquí? —dije yo, extrañado.

—Claro, aquí mando yo.

Acababa de salir de cinco paradas cardiorrespiratorias, pero pensé: bah, qué coño.

—El mechero está dentro de la cajetilla —dijo Manuel Molina.

Blanco, con una hoja de marihuana dibujada en el centro, un mechero muy normal, sin ninguna tecnología aeroespacial. También me extrañó la pureza del tabaco, o sea: el hecho de que estuviera sin aliñar, me refiero. Me encendí un cigarrillo y Manuel Molina se encendió otro.

—¿Qué tal, más tranquilo? —dijo.

—Sí —dije yo, y añadí—: Yo cuando estoy a gusto puedo llegar a ser una persona muy normal, lo que pasa es que me cuesta mucho estar a gusto.

—Ya te veo, ya, estás un poco tontín tú, me recuerdas a un noviete de mi hija —y me miró mientras se guardaba la cajetilla en el bolsillo y volvió a cerrar la cremallera. Y luego dijo—: ¿Y bien? ¿Es que no hay ninguna pregunta que quieras hacerme?

Un agente secreto no es otra cosa que un buscador de respuestas, de modo que, sí, claro que tenía preguntas, pero también tenía una frase que siempre había querido pronunciar y por fin encontraba el contexto adecuado. No me pude resistir:

—El universo se expande, señor Molina.

Y él respiró hondo, asintió gravemente y empezó a canturrear:

—Y qué culpa tengo yo si yo no puedo remediarlo…

—Pues anda que yo. Es mi primera vez en el espacio —argumenté. Pero él siguió a lo suyo:

—Que te quiera es imposiiiiiiible… —y Manuel Molina sonreía al infinito mientras cantaba y yo no veía adónde quería ir a parar.

—¿Se trata de algún mensaje en clave? ¿Por qué canta usted, señor Molina?

—Porque yo en mi corazón no maaaaando…

Y ya no hubo manera de recuperar la cordura.

Fue un viaje de lo más agradable, se me pasó volando —je—, y esa misma noche ya estaba yo instalado en mi nuevo hogar. La Felicidad es una galaxia que no está tan lejos como puede parecer, y es enorme, claro, y está llena de estrellas y sistemas solares y los agujeros negros no son para nada peligrosos. Uno de los soles más grandes y luminosos se llama Manuel Molina, y alrededor de él giran un montonazo de planetas, entre ellos el planeta Alba Molina, que es en el que me encuentro yo ahora mismo.

Más datos curiosos: el planeta Alba Molina tiene 141 millones de habitantes, es el doble de grande que Venus y su industria más importante es la misma que en el resto de esta galaxia: la felicidad. Aquí todo el mundo se dedica a fabricar felicidad. Y la cosa va como la seda gracias a una peculiaridad muy feliz: en el planeta Alba Molina todos los habitantes son mujeres, todos son de una belleza imponente e idéntica —todos exhiben exactamente la misma fisonomía que Alba Molina— y todos se llaman Alba Molina. Creo que no son robots, son demasiado flamencos para ser robots (habrán visto ustedes estos días el video ése del robot que baila flamenco en Japón, se ha hecho viral en Twitter y hasta Alejandro Sanz lo ha retuiteado. No se dejen embaucar, está trucado, hay un gitanillo dentro del robot. Era un inciso, sigo), y tampoco son replicantes ni lagartos revestidos de piel humana ni comen ratones. Son otro tipo de seres extraterrestres. Una especie de ángeles de la felicidad, las Albas Molinas son gentes felices que viven por y para la felicidad, aunque he podido comprobar que cada una tiene su propia personalidad y humor. Hay Albas Molinas llenas de ternura, por ejemplo, de las que regalan caricias a cambio de caricias, y las hay también cañeras, puro gamberrismo y rock and roll. Las hay bastante imprevisibles, irreverentes, neuróticas, y las hay felinas, que a la mínima te sueltan la zarpa, y menudas uñas tienen. Eso sí, todas están profundamente obsesionadas con la felicidad. Y luego está todo el asunto éste de las sustancias psicoactivas, el maestro Escohotado la iba a gozar aquí de lo lindo, aunque eso mejor se lo cuento a ustedes otro día, ahora me tengo que despedir. Alba acaba de salir del baño envuelta en su toalla de osos amorosos y, por cómo le brillan los ojos, me huelo que esta noche tenemos barullo. En el planeta Alba Molina siempre hay cosas que hacer por las noches.

En fin, amigos, espero que les llegue bien el mensaje. Los teléfonos móviles en el planeta Alba Molina no son iguales que en la Tierra, pero se supone que la NASA sí tiene la tecnología necesaria para recibir documentos marcianos y desencriptarlos. Los servicios secretos españoles me consta que desconocen hasta el significado de la palabra desencriptar y a mis jefes chupatintas del gobierno —ex jefes— no les gustará que todo esto se haga público, pero anda y que les den morcilla. Por lo demás, un consejo: si por casualidad se cruzan ustedes algún día con Alba Molina, no se hagan los estrechos. La vida a veces da un giro inesperado en la dirección correcta y hay que saber dejarse llevar.

Nota del autor: A lo mejor parece que se me está yendo últimamente la mano con la dosis, pero tranquilos, lo tengo controlado. De todos modos, por si alguien consigue zamparse todo este rollo chalao y no lo termina de entender, no pasa nada, no son más que experimentos narrativos que muchas veces no entiendo ni yo. También me gustaría disculparme de manera preventiva con las gentes afectadas por alusiones directas, por si he podido herir alguna sensibilidad. Y las principales gentes afectadas por alusiones directas son: Alba Molina y el Corral de la Morería. Queridos míos, si llegáis a leer esto, espero que no os moleste mucho, es sólo un juego de ciencia ficción que está planteado desde el más respetuoso de los cariños. Alba Molina es, como he dicho en la historieta, un gran mito erótico mío, y yo si hay algo que respeto de verdad en esta vida son mis mitos eróticos. Y luego las personas del Corral de la Morería: Blanca del Rey, Juan Manuel, Estefanía. Todos ellos son la quintaesencia de la exquisitez en el trato personal, al menos conmigo han sido amables siempre, y si El Corral de la Morería es considerado el tablao flamenco más famoso del mundo es porque se lo han ganado y, en fin, nada más lejos de mi intención que molestar a seres humanos por los que siento aprecio. Ya está, sólo era eso. Hasta pronto, amigos.

Germán San Nicasio

Escritor

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