Un par de consideraciones fundamentales sobre el estrellato inminente de la bailaora Paloma Fantova
Antes de nada, tengo que decir que Tomatito es un guitarrista que no defrauda nunca, es como Las Meninas de Velázquez: por mucho que te sepas de memoria el cuadro, cuantas más veces lo miras, más majestuoso lo encuentras. Cuantas más veces ves a Tomatito tocar la guitarra, mejor guitarrista te parece. Hoy, 12 de julio de 2015, ha actuado en el llamado Espacio Puente del Rey, escenario que viene a sustituir en estos Veranos de la Villa a los Jardines de Sabatini, actualmente en obras, y ha sido lo que ya sabíamos de antemano todos: un conciertazo, y además ha tenido una sorpresa muy agradable: Tomatito ha estado más dicharachero que nunca.
Resulta que entre el público estaba “El Cigala”, superestrella mundial del cante que es puro carisma y showman a tiempo completo, y, en un momento dado, Tomatito le ha querido dedicar el bolero de Curro el Palmo, que su hija Mari Ángeles Fernández canta como unas mil veces mejor que Joan Manuel Serrat, y al acabar el tema, un espectador de las últimas filas ha soltado una voz muy fea. No sé si ha dicho exactamente: «¡Que cante un poco “El Cigala” y que aprenda toda esta gente!» o: «¡A ver si tomas nota, “Cigala”, y aprendes algo de esta gente¡», me ha pillado lejos y no estoy en condiciones de poderles ofrecer el exabrupto en su literalidad exacta, pero el caso es que “El Cigala”, era de esperar, ha contestado al instante: «¡Tenga usted la delicadeza de cerrar la boca, hombre, que no sabe ni lo que dice!». “El Cigala” tampoco se encontraba muy cerca de mi butaca, pero, en su calidad de gran profesional de las cuerdas vocales, ha sabido hacerse oír bastante mejor. Y entonces Tomatito no ha tenido más remedio que intervenir: «Estamos en fiestas. Por favor, nada de violencia», y todos nos hemos reído mucho y el espectáculo ha continuado por los cauces de la flamencura, el buen gusto y la cordialidad.
Pero hoy, si me lo permiten, quería explayarme yo un poco más con la bailaora Paloma Fantova, que, con el debido respeto, de todas Las Meninas de Tomatito, es mi favorita. Va a ser un piropo en forma de ensayo científico al estilo pedante de Michel Foucault, espero que el señor Tomate no se me ponga muy celoso, a él ya estoy aburrido de dedicarle piropos de todos los colores. Así que ahí te va, Paloma:
Si un deportista de élite encarna la máxima expresión del ser humano en cuanto a sincronía entre cuerpo y mente, una bailaora flamenca es lo mismo pero además con arte: una masa cárnica con redondeces en movimiento y cachondeo. Punto uno.
Punto dos: aparte de la inmediatez del ojo clínico con que un hombre entrenado es capaz de calibrar una anatomía femenina, está el campo magnético que unas pocas criaturas privilegiadas por la naturaleza pueden crear en torno a ellas: capacidad para envenenar atmósferas, podríamos llamarlo. Si se hiciese una encuesta entre los varones no gays de sexualidad despierta que se encontraban hoy domingo en el Puente del Rey, escenario incluido, me apuesto el cincuenta por ciento de mi vida sexual —si pierdo pasaré de cinco al día a dos y media— a que soy capaz de adivinar el porcentaje exacto de los que suscribirían mis piropos a Paloma Fantova.
Todos tenemos claro —válgame el optimismo— que hay momentos en los que una mujer está más guapa que nunca. Es una guapura efímera que, por mucho que digan algunas, no se puede fingir: es producto de un tipo concreto de experiencia cercana a la felicidad, y la felicidad no hay manera de fingirla, y el espectador varón que tiene la fortuna de contemplar ese milagro en tiempo real tampoco se puede fingir sereno: el efecto es una descarga de electricidad absolutamente irresistible. De modo que ser hombre y estar a merced del fuego femenino de Paloma Fantova te convierte primero en termómetro y luego en material combustible: eres un espantapájaros, no puedes evitar arder. Por otro lado, las fieras salvajes tienen el don del lenguaje corporal y se las reconoce por la majestad con que marcan su territorio: es el aura de peligro de muerte que desprenden incluso cuando permanecen inmóviles. Una pantera no necesita moverse para saber que todo lo que hay dentro de su campo visual le pertenece.
Paloma Fantova es aún una cachorrilla, una Sara Baras en proceso de pulimento, pero ya representa una amenaza real para cualquiera con el sistema cardiovascular delicado: es cardiopatía pura, y voy a hacer un pronóstico: al final el mundo la aclamará como la gran estrella que es.
Apostar por el futuro estrellato de alguien es algo para lo que solamente estamos capacitados unos pocos kamikazes de la opinión con tendencia al alzhéimer voluntario, pero en este caso concreto no voy a tener que tragarme mis palabras. Por más que los siglos hayan podido contemplar cachorrillas igualmente prometedoras que no llegaron a cuajar en auténticas panteras porque en ocasiones el destino no tiene ni idea de hacer justicia, Paloma Fantova va a ser todo lo grande que ella quiera. Pasa una cosa: hasta hace dos veranos yo no había oído hablar de ella y a día de hoy sigo sin tener mucha información sobre su vida íntima y sobre las motivaciones reales que la llevan a dar patadas por los escenarios: no sé si hay en ella una necesidad sincera de provocar cardiopatías, si lo hace sólo por dinero, si quiere ser famosa o si es su forma de pasar el rato hasta que aparezca el hombre adecuado —o la mujer, qué sé yo— que le tenga llenita la nevera. Al final, como siempre, es cuestión de autenticidad, y ya lo decía Drew “Bundini” Brown, el mentor metafísico de Muhammad Ali: ser auténtico es una putada.
De todos modos, pronosticar el futuro estrellato de un artista en función de sus intenciones íntimas es igual que no pronosticar nada, porque sólo ese artista tendrá la capacidad de juzgar la puntería del pronóstico, y no es seguro que vaya a compartir sus juicios con nadie. Y luego está el concepto que tiene la gente hoy en día de lo que significa ser una estrella. Porque: ¿qué cuota de atención popular puede lograr alguien que se dedica a la muy minoritaria disciplina artística del baile flamenco? Joaquín Cortés tuvo que liarse con la modelo Naomi Campbell para atraer a los paparachis, Sara Baras se hizo famosa por saltar al escenario sin ropa interior —aquellas inolvidables fotos de la revista Interviu—, a Farruquito no le conocía nadie hasta que se hizo piloto de rallys sin carnet. En definitiva: los engranajes intelectuales de nuestra cultura de masas. Aunque a mí todo eso me da igual, yo tengo clara mi apuesta: Paloma Fantova, doble o nada.
Germán San Nicasio
Escritor