Concierto de Rafael Riqueni en el Auditorio Nacional

Riqueni de las Ideas

El ciclo «Andalucía Flamenca» del INAEM traía este otoño nada menos que al maestro Riqueni en un recital que, al menos en el programa, se nos titulaba como «Homenaje a Manolo Sanlúcar«, aunque luego, a la postre, del genio gaditano no se habló ni tocó en absoluto. Sí se acordó el maestro trianero de saludar y agradecer la presencia en las butacas de otro grande de esa generación, Víctor Monge «Serranito», siempre fiel con sus compañeros en las citas flamencas de postín. Ovación cerrada.

Llenazo en el medio millar de butacas de la Sala de Cámara y muchas ganas de ver y escuchar a uno de los mejores maestros de la historia reciente del toque. Además, en medio de una racha imparable de acontecimientos en torno a su persona. Documental, disco con Estrella, próximo lanzamiento de otro de versiones… hacía poco que había tocado con la mayor de los Morente en la Suma Flamenca, eso sí, con desigual suerte. Está con un ritmo de apariciones que, teniendo en cuenta sus circunstancias y, en comparación con el grueso del gremio, se nos antoja brutal. Casi hasta temerario.

El caso es que Rafael Riqueni sigue siendo un ejemplo de afición y valentía. Afrontó en soledad un recital, como debe de ser. Algo exigible a todos y cada uno de los que se hacen llamar figuras del toque y que, estamos segurísimos (por favor de los favores, la duda ofende) tienen redaños suficientes para llenar más de una hora de guitarra solista pero, oh comodidades y rentabilidades, llevan años, lustros, décadas, sin atreverse. Bravo por Rafael. El que menos tiene que demostrar y el que más da la cara. El compromiso con su instrumento es algo que no abunda, créanme.

Fue una hora y cuarto de pelea del genio con su personal música. Inalcanzable incluso para él en algunos casos, más conseguida en otros y sublime en algunos, contados, tramos de su interpretación. No se trata de hacer sangre, pero volvemos a recordar lo de líneas atrás, el ritmo de trabajo y apariciones en público de este ser especial quizá sean materia para analizar por sus gerifaltes.

Rafael Riqueni el pasado día 17 de noviembre en el Auditorio Nacional

Lo cierto es que tanto en la primera parte flamenca (con ecos del disco «Herencia») y la más impresionista segunda mitad (protagonizada por «Parque de María Luisa») fueron un glosario de maravillosas ideas que, esperamos, ya estén listas en pautado para repartir en las clases de los conservatorios. Piezas de una belleza desbordante, generosa dificultad y todas fruto de una mente que no deja de tener buenas ideas. Es Riqueni una fuente, un germen de soluciones originales que, si se juntara con la técnica de alguno de su generación que parece andar seco de las mismas, sí que construirían esa estrella de la que el firmamento guitarrístico anda huérfano. Digan lo que digan.

Sus tangos «Pureza» en tono de rondeña y ese eco cinematográfico del que pronto nos regalará un disco cerraron hora y cuarto que tiene mucha materia de análisis más allá del escenario.

Con todo y con esto, reiteramos que es tiempo de reivindicar, entre otras muchas cosas, el compromiso de Riqueni en todos los de su quinta y de ahí para abajo, pero también pedir a voces una revolución en las programaciones de guitarra ante la sequía de conciertos y de oportunidades del público aficionado para conocer el verdadero panorama de la guitarra y su futuro próximo. O llega savia nueva en toneladas (es decir, que se le de cancha y caché como se debería a la juventud para que se bata el cobre de verdad, muchos están sedientos y siguen «comiéndose» la sonanta) o la guitarra flamenca adolecerá, como la clásica, de un ombliguismo que acabará por encerrarla en un gueto y… fin del cuento.

Pablo San Nicasio

Fotografías: Rafa Martín

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