Rarezas de Miguel Poveda
Pablo San Nicasio Ramos
Porque, aunque es un gran artista, quizá uno de los más completos y versátiles de toda la música española, no todo son genialidades en Miguel Poveda. Tampoco pasa nada.
El ciclo “Andalucía Flamenca” tenía el pasado domingo en el recital del catalán su punto culminante. Su “top” entre el puñado de conciertos que se ofrecerán hasta la primavera en Príncipe de Vergara. Y quizá por eso la noche fue peculiar. Empezando por el personal, no tan abigarrado de rostros flamencos y sí de visones y disfraces de bodas. Público catador de música de domingo y vermouth festivo, más que degustador de cante a deshora con vino peleón. Público que llena teatros reales y plazas de toros semanas antes, prestos a la llamada de un artista que ya es de masas.
Así que, aunque fríamente, no acogieron del todo mal el inicio del espectáculo. Yo sí, porque es estupendo cantar a Alberti, Miguel Hernández y Lorca pero a los casposos como el que esto escribe nos gusta el formato tradicional. El que nos hizo entrar en la muleta de Miguel y “hacerle el avión” hace mucho tiempo. Yo no quiero ser malo, pero es que realmente la cosa no empezó hasta que el amigo se enfiló por cantiñas. Y fue bastante notorio.
Hasta entonces vimos a una estrella del pop versionando piezas de nuestros más ilustres poetas levitando en un mar de luces y sonidos que hacían, no puedo decir otra cosa, que sus fenomenales palmeros y coristas parecieran de todo menos soporte de compás y jondura.
Pero, con todo, esta primera aparición le resultó rentable a Miguel Poveda. Lo deficiente del sonido para con un sector del auditorio y lo complicado del repertorio encrespó a algunos espectadores, que no se callaron. Y ahí se desató la bestia. El “showman” Poveda empezó su labor social. Que si ahora os quiero, que a veces no hago flamenco pero de verdad que soy cantaor (excusatio non petita…) que si subo al anfiteatro a ver qué puedo hacer… era sólo el principio.
El toque por bulerías de Chicuelo inauguró la parte central del concierto: la flamenca. Falsetas en los registros graves y medios de la guitarra que, con el desfase sonoro de tres palmeros y un súper percusionista, quedaron en compás lejano, no se distinguió melodía. Y eso que nos perdimos los aficionados a la enorme guitarra de este fenómeno.
Ya con Miguel Poveda en el escenario, las citadas cantiñas, malagueña, tientos-tangos del Titi y algunos problemas, de nuevo, con el sonido. Volúmenes de ida y vuelta, en parte causados por el vaivén constante del cantaor, cada vez más histriónico y teatral, que se alejaba y acercaba a los micrófonos como si de un concierto metalero en las Ventas se tratase. De esta forma y sin querer marró muchas veces el eco de su cante.
Subió el nivel por fandangos y otra vez el interés verdadero pareció llegar cuando enfiló por soleá con el toque de su Carlos Grilo quien, ojito, tiene un soniquetazo con la guitarra. Novedosa estampa que quizá se debió ahorrar alguna letrita porque la pieza se hizo lenta. Muy lenta y larga.
Si otras veces le hemos cantado a Miguel su inteligencia en los tiempos e intensidades, ahora toca rabiar por la lentitud de algunos pasajes, más teatrales que musicales y más propios de varietés y operetas que folclóricos. Y Miguel es un folclórico, por encima de todo. Y lo sabe.
Cerró la parte flamenca con evocaciones a tiempos de cambio que personificaron, por ejemplo, Lole y Manuel. A esas horas Miguel Poveda estaba desatado, a todos los niveles.
Pero el Miguel Poveda “chalao” llegaba después. El de la copla. Si él se hiciera justicia a sí mismo y a algunos de sus ídolos verdaderos ya habría salido con traje corto y sombrero cordobés a algún escenario, pero un rato, no de quita y pon como en aquello de la Maestranza. Puede ser una frivolidad, o a lo mejor lo es no salir de esa manera. Quién sabe. Pero nos pareció bastante claro que anoche él hubiera estado por la labor.
Sobre el tapiz de los jazzeros y no siempre digeribles arreglos del maestro Amargós discurrió una sección a caballo entre la copla y el cabaret que tuvo en “A Ciegas” y en “Sin Embargo te Quiero”, lo más coreado. Su evolución le está haciendo lograr verdaderas cumbres en este género, aunque él busque el hibridismo y quiera gustar a todos.
El recital tocaba a su fin. Eran tiempos de presentaciones, de hablar del equipo de colaboradores. De nuevo el “showman” apareció en toda su plenitud y nos ofreció sus impresiones sobre Artur Mas (“tonto”, “hijodesumadre” y “metepatas”), la telebasura, la homosexualidad, el cantar en catalán o no… pasamos un rato divertido. Ya que se estaba mojando, podía haber hablado de toros… cagüenlamar… Y todo para presentar a Chicuelo, cuyo mayor pecado era, en teoría, ser catalán. Había que justificarlo, por lo visto.
Hubo que esperar dos horas para escuchar lo más original y logrado. La versión de un soneto de Joaquín Sabina homenaje a Morente. Bien construido, fenomenalmente interpretado y con el acabado de una voz que se puso en el metal del genio del Sacromonte.
Seguiremos atentos a la metamorfosis folclórica plagada de rarezas de Miguel Poveda. A ver en qué acaba.
Auditorio Nacional de Música. Madrid. 30-11-2014. Entrada: Lleno de no hay billetes desde dos semanas antes.
Miguel Poveda: voz. Chicuelo: guitarra. Pakito González: percusiones. Joan Albert Amargós: piano. Londro, Diego Montoya y Carlos Grilo: Coros y palmas
¡Torero! Torero por tí Pablo, por lidiar un toro de buenas hechuras, bien cuidao y acostumbrado a buen pasto.
Lo de la «plaza»con visones y disfraces de boda (falta la peineta) me parece de paseillo elegante.¡y con el tendido 7 vacío! Por Verónicas y Chicuelinas sales al quite junto a Alberti, Miguel Hernández y Lorca. ¡Que grande!
Los pases de pecho y naturales se los das durante toda la faena (lo del sonido no lo entiendo) para rematar con la espada de mentira. Se merece otra oportunidad.
Enhorabuena por tu crónica.
Abrazo.
L.M.