“Estoy muy entretenido en la búsqueda de mi rosa azul de Alejandría”
Por Covadonga del Peso @CdelPeso
Lleva más de tres décadas compartiendo sus canciones. Javier Ruibal (El Puerto de Santa María, 1955) un día quiso ser médico, pero había otra pasión aguardando en la sala de espera. En septiembre de 2015, celebró que aquella historia de amor había llegado a un punto óptimo de madurez. Y con una salud de hierro. Junto a él se dio cita un nutrido grupo de amigos, de esos que con los años han ido enriqueciendo y fomentando la relación entre Ruibal y la música.
Miguel Ríos, Carmen Linares, Jorge Pardo, Kiko Veneno, Pasión Vega, Jorge Drexler o Martirio son sólo algunos de los artistas que aparecen en el disco “35 Aniversario. Javier Ruibal”. Un presente del presente, pero también del pasado y del futuro. Una forma especialísima de homenajear la carrera de un músico único, que bebe de muchos para no parecerse a nadie. Sus canciones, las de siempre, las de ahora y las que están por venir, desprendiendo más luz que nunca en una fiesta de cuatro noches sobre la que hemos hablado con el propio Javier.
Chalaúra: El álbum “35 Aniversario. Javier Ruibal” es un regalo de tu hijo. Algo así como una fiesta con amigos hecha disco.
Javier Ruibal: Pues sí, esto fue un regalo, una ocurrencia bonita. La idea era que yo me pudiera desentender de todo. Por eso es doble regalo. Primero, por lo que es. Luego, porque no me tuve que estresar para nada, sino sólo dejarme llevar, Él me asesoró. Desde quién iba a cantar cada día y qué canción debería cantar cada uno, hasta qué instrumentos iban a tocarse. Y un sinfín de cosas más, como conseguir esponsorización. Yo no me tuve que preocupar de nada. Así que regalo pero de verdad, con lazo.
Ch. Para que tú sólo te tuvieras que preocupar de disfrutar con los amigos que participaron en ese homenaje a tu carrera.
J.R. Efectivamente, para que no tuviera más que salir al escenario. Por supuesto, a tocar con la profesionalidad de siempre, pero también con el placer de que, en esta ocasión, lo estábamos haciendo para celebrar una bonita fiesta. Y así fue. En realidad, todos vinieron a disfrutar. Se trataba sólo de cantar una canción y pasarse las otras dieciocho comiendo y bebiendo (risas). Así que fue fácil para todos.
Ch. Además, el lugar escogido es precioso. Conocemos Cádiz, pero nunca habíamos oído hablar de Las Bóvedas de Santa Elena.
J.R. No lo conoce mucha gente. Es un rincón que hay en las Puertas de Tierra, frecuentado sólo por la Asociación Cultural Aires de Cádiz. Ellos celebran actuaciones y eventos allí. Salvo por la gente que haya ido durante el Festival de Jazz de la Universidad de Cádiz que, con motivo de su celebración, las Bóvedas de Santa Elena acogen algunas jam y algunos conciertos, sólo lo conocen los miembros de esta peña, que es una peña carnavalesca.
Ch. En los cuatro conciertos, y en el disco, además de Javi también tiene mucha presencia Lucía. Uno de los momentos más emotivos es, precisamente, el de la canción “Baila Lucía”.
J.R. Para mí también. Y para su madre, para los invitados, para los amigos, para el público… Es muy emocionante, porque la canción lo es; pero además que yo la cante y ella la baile hace que, efectivamente, sea uno de los momentos más especiales de los cuatro conciertos que hicimos. Y ahí lo que se ve es lo que fue. Hay, incluso, un momento en el que ella se viene hacia mí mientras está bailando y cruza la mirada conmigo. A mí no es que me desconcentre, sino que me emociona, y yo entonces prefiero que mire hacia otro lado para poder terminar la canción bien.
Ch. Una vez, hablando sobre este tema, comentabas que Lucía pensaba que era la canción de amor más bonita que nadie le iba a hacer nunca, ¿sigue opinando lo mismo?
J.R. (Risas) Sí, sí lo dice. Yo le digo que quién sabe si aparece alguien que algún día le sorprenda. Ella me responde, “¡es que es imposible, papá!” Pero bueno, yo no puedo hablar de eso, pero sí que es verdad que está hecha con todo el corazón. Está hecha desde el amor de un padre artista, amigo, cómplice… Y también ya compañero de oficio. Pero sigue siendo mi niña, mi Lucía.
Ch. Y en cuanto a los amigos que participaron en el homenaje, ¿son todos los que están, pero no están todos los que son?
J.R. No pudieron venir muchos. Bueno, de hecho había también un montón de actores que iban a colaborar y finalmente no pudieron venir. Gabino Diego, Pepón Nieto… No pudo venir, por ejemplo, Gerardo Núñez, guitarrista flamenco, ni tampoco Antonio Toledo, que ha sido mi guitarrista durante casi una década. No pudieron estar, porque lamentablemente ya se nos marcharon, Carlos Carli, José Antonio Galicia, Alfonso Gamaza. Ni tampoco Javier Krahe ni Enrique Morente – al que, precisamente, Javier dedica uno de los temas inéditos que aparecen en el disco -, que eran amigos muy queridos y que, estoy seguro, habrían estado de haber podido. Porque las agendas de todos también había que coordinarlas. Es decir, no están todos los que podían haber estado, pero sí estuvieron en nuestra memoria y en nuestro corazón. A estas alturas no hay que celebrar más que la permanencia, como el Cádiz Club de Fútbol. La permanencia como club, ya no el estar en primera, en segunda, en tercera… Da igual, sólo permanecer. Y saber que todos los que estamos ahí pusimos un día en pie una fantasía y el destino nos lo ha brindado. Eso es algo mucho más emocionante que cualquier otra cosa.
«A estas alturas no hay que celebrar más que la permanencia, como el Cádiz Club de Fútbol»
Ch. En este sentido, ¿hasta qué punto tu carrera es la que es gracias a la gente que te has encontrado por el camino? Porque, aparte de tu talento como autor, bebes de muchas fuentes, y eso es algo que se ve perfectamente en este disco.
J.R. Primero, sin aquellos que fueron mis ídolos, a los que imité mal… Quiero decir, ellos son lo que eran en aquel tiempo y han seguido siéndolo, y yo los imitaba como todo el mundo para guiarme. Entonces, empezando por ellos, que no eran ni amigos ni conocidos en aquella época, me enseñaron que el camino era buscarse a uno mismo e intentar encontrar algo propio. Hacer un tipo de música que no hubiera hecho ningún otro, a ser posible. Y luego, con el tiempo, la otra ayuda es que, desde la incertidumbre con la que se acomete la creación musical, uno no tiene la seguridad de nada. Sin embargo, gracias a la complicidad de otros que han resuelto muy bien su papeleta, si te echan el brazo por el hombro, sabes que es síntoma de que vas bien encaminado. Y eso es lo que yo quería agradecer aquí.
No pudo estar tampoco Serrat, porque estaba ensayando, y porque se iba de gira por América. Pero a lo que me refería al principio, yo (que lo imité, que lo copié) a él y a Miguel Ríos también, he tenido la suerte de que acabemos siendo amigos. Y el regalo es doble: yo puse mi fantasía en pie y resultó ser mucho más fabulosa de lo que había planeado.
Ch. En el libreto, agradeces a todos la participación con una especie de poema personalizado. A nuestro juicio, uno de los más conseguidos es, curiosamente, el de Miguel Ríos.
J.R. El de Miguel es un retrato de toda una época. Es un retrato de Miguel y de todo ese tiempo. También de cómo yo, que era chiquito todavía, contemplaba aquella España en blanco y negro todavía. Tan áspera, tan primitiva, tan lóbrega. Cuando digo que olía a Zotal y a aguafuerte, es verdad. Se creía que la limpieza tenía que ser abrasiva. Y no tiene por qué serlo. La limpieza es otra cosa. Pero todo se trataba así… el “matarratas”, ¿no? Yo quería la música porque creía que me iba a salvar de todo eso. Iba a poner color, por fin, en mi vida.
Y que resulte que los que yo oía, ahora sean amigos y cómplices (y lo son conmigo, lo son con mis hijos, con mi mujer y con todo mi entorno), son cosas preciosas. Dan a esta fiesta la auténtica dimensión que buscábamos. Cuando ves la película, porque desde dentro uno no puede verlo con perspectiva, y ves la actitud de cada uno de los que subieron al escenario, se nota que hay mucha verdad. Cero propósito, ni estrategia comercial ni nada de eso. No creo que se vaya a vender más que otros de mis discos, porque así son las cosas y no se ha hecho para eso. Pero no me importa. Esto ha sido un placer privado. Mi música es para muchos seguidores, y como me consta que es así, estamos en paz.
Ch. En relación a cuando eras pequeño, el otro día, escuchando el programa de radio “Hoy no es un día cualquiera”, comentabas que fuiste al conservatorio y te dijeron que no valías. Fueron unos visionarios…
J.R. Me dijeron que si yo seguía así no iba a ser nunca músico. No entonaba, decían. No entonaba sin ninguna referencia. A mí no me daban un triste “la” del que partir. O un “do”. Si te lo daban a partir de un piano, y tocaban contigo la lección de solfeo, tú sí afinabas, claro. Bueno, yo sí afinaba. Pero si no me ponían el piano yo era incapaz. También confieso que no me empeñé en resolver esa papeleta de la música sobre el papel. Para mí la música tenía un efecto tan mágico, que eso era, desde mi ignorancia, como vulgarizar algo sublime. No se podía resumir a meras matemáticas una cosa tan especial. Todo eso lo aprendí cuando me vi forzado a escribir algún papel para algún músico, cuando por azares del destino algún otro no podía estar o fallaba. Entonces me di cuenta de que sí, de que esa matemática la conocía, pero había algo gris en eso. Había algo gris porque además yo lo estudiaba debajo de una bombilla de 20 vatios. Y es que debajo de una bombilla de 20 vatios hay que tener mucho entusiasmo, o ser muy obediente, para no querer salir huyendo de ahí. Yo llegaba a las seis de la tarde, después del colegio, y estaba deseando que aquello se acabara. ¿Para qué? Pues para llegar a mi casa, coger la guitarra y ponerme a tocar “La Bamba” o “Michelle” de los Beatles, que ya la sabía tocar. O un poquito de fandangos de Huelva que me habían enseñado.
Son cosas muy absurdas, como ha tenido tantas este país y todavía tiene, que no se buscaba la enseñanza por la fascinación. ¿Cómo haces tú que un niño, que no tiene paciencia para sentarse a leer un cuento, se siente y lo lea? Hay que buscar la manera de engatusarlo. Tienes que granjearte su confianza y luego harán lo que tú les pidas. Y cuando vean que lo que les pides es algo que les hace disfrutar, ya no se desenganchan más. Pero así, “porque yo lo digo”, esa frase no funciona con los niños. Conmigo no funcionó. Crecí por mi cuenta y nadie supo transmitirme que esos tres acordes de “La Bamba” se escribían de una manera. A mí me leían una lección de solfeo que no se parecía en nada a ninguna melodía que yo conociera. Si esas almas de cántaro me hubieran puesto algo que yo identificara, habría aprendido el valor de las notas y de la entonación en seguida.
A lo mejor podría haber sido mejor todavía si hubiera estudiado solfeo (ríe), pero aquella bombilla y esa actitud tan poco cómplice con el niño fueron un mazazo. Era descorazonador. No tenía nada que ver con lo que vivía escuchando los discos de los Beatles en casa y tocando mi guitarrita mal afinada.
«No me empeñé en resolver esa papeleta de la música sobre el papel. Para mí la música tenía un efecto tan mágico, que eso era, desde mi ignorancia, como vulgarizar algo sublime»
Ch. A día de hoy te rodeas de músicos jóvenes: Javi, Jose Rechacha, Diego Villegas… ¿Cuál es la diferencia entre la formación que ellos han recibido con la de entonces?
J.R. Ellos han estudiado con más luz. En todos los sentidos. En un ambiente mucho más cálido. También el conservatorio era la bombilla de 20 vatios y menos cinco grados. No menos cinco grados, entiéndeme, pero sí un frío de cojones que hacía allí (ríe). Era un lugar áspero que no invitaba a nada. Ellos han estudiado con el gusto de los padres contemplando cómo los hijos aprenden a tocar sus instrumentos. Con esa cosa tan bonita que se da cuando se es complaciente con los niños y ellos se sienten queridos, sin que eso les exima de que haya que exigirlos cuando no han estudiado, o no han sacado la nota. Saberse exigido pero querido.
Estos niños, que son niños para mí, vienen muy preparados. Han estudiado muy en serio. Han podido tener acceso a unas bibliotecas musicales amplísimas, han tenido buenos profesores, han sido mucho más felices. Desde un estado de felicidad se crece mucho más. Si además tienes temperamento artístico, es que vuelas. También algo que me gusta mucho es que conservan parte de los modos de mi adolescencia y de mi infancia, en el sentido de respetar a los mayores. Ellos respetan mucho a los mayores, sean artistas o no, pero cuando están tratando con artistas respetan muchísimo. No se creen nada ni nadie, porque saben que esos otros mayores, incluyéndome a mí, hemos pasado por nuestro pequeño camino de rosas y espinas. Lo bueno que tienen es que no son nada fantasmas, son muy honestos y eso me gusta mucho.
Ch. Además, da la sensación de que ellos aprenden de ti, pero tú también de ellos. Es una relación recíproca.
J.R. Constantemente. De los modos y actitudes de ellos, uno se pone a tocar de otra manera, porque sabes que vas a hacerlo con ellos. La producción del disco anterior, el de “Quédate conmigo”, también era de Javi. También me dejé llevar. La melodía y los arreglos son hermosos. Luego tampoco es tan fundamental que esté tal instrumento y no esté tal otro. Pero yo eso antes lo tenía que decidir. Esta vez confié y lo hicieron de una forma muy natural. Y donde había piano, era la canción a la que mejor le iba el piano; y donde había trompeta era porque cabía la trompeta. Y este tipo de cosas son criterios que estas nuevas generaciones tienen y te dejan con la boca abierta. Yo habría querido tener la capacidad, con la canción hecha sólo con guitarra y voz, de ver colores. Y aquí vamos a poner tal y allí vamos a poner cual. Yo dependía de los músicos que tuviera en ese momento. Sin embargo, ellos tienen otra visión y yo aprendo de eso, de la soltura con la que se manejan. Son sueltos pero respetuosos. Lo hacen a favor de obra, buscando siempre lo mejor para cada canción, y para que aquello quede lo más lucido posible. Sin la tensión nerviosa ni la presión con las que yo tomaba esas decisiones.
Ch. En el disco están las canciones más conocidas pero sí se echan de menos otras también muy célebres. ¿Cuál es el tema por el que más pregunta tu público?
J.R. La suya. La de cada cual (ríe). Lo que pasa es que grabamos cerca de ochenta canciones, pero lo que cabía en dos soportes de CD y en dos DVD era eso. Tenían que estar todas las piezas en las que estuvieran los invitados. En cambio, con aquellas piezas que tocamos Jose, Javi y yo, o yo solo, decidimos meter las más lucidas, como por ejemplo “Amada”. Otro ejemplo es “Quédate conmigo”, que no está porque no íbamos a hacer una versión que fuera mejor que la primera, que no tiene ni tres años. Escoges “Amada” o “La boda”, que son canciones que no he tocado durante mucho tiempo, y las remozas. Les das una nueva distinción. Las vuelves nuevas. Pero otras, como “Baila Lucía” que tenía una versión muy reciente, que sonaba muy bien, está en el DVD y no en el CD. Ese ha sido el criterio, que también es cosa de Javi. No lo digo por estar hablando todo el rato de él, pero yo he estado muy confortable y además muy bien entendido. Todo iba por un camino tan natural, que era evidente que tenía que darle la razón y dejarlo hacer.
Ch. Siempre hemos querido hacerte una pregunta, ¿qué es, en verdad, “La rosa azul de Alejandría”? Porque nosotros tenemos nuestra propia interpretación…
J.R. ¿Cuál es? A ver si coincide.
Ch. “La rosa azul de Alejandría” es lo que en el fondo todos buscamos. La sabiduría, la cuestión de realizarse como persona… Alejandría es, de hecho, la ciudad de la sabiduría. Por eso nosotros entendemos que éste es el sentido de la canción.
J.R. Pues eso es (ríe). No es por dar la razón, pero es así. Ahí está la pregunta que uno se hace en la canción, “por más que la buscaba yo no entendía”. Yo no entendía qué era lo que me estaba pidiendo. Pero es que lo que está pidiendo, esa rosa, no está en ningún jardín ni la vas a encontrar. Es la utopía. Es eso a lo que aspiro. Está más allá, incluso, de esa pasión amorosa que aparece en la canción. Es la aspiración de alcanzar algo más. De hecho, yo creo que, en el deseo de alcanzar algo más, se desarrolla toda una vocación y toda una manera de sostenerse en la vida. No digo en este oficio, sino en todos. Es decir, a base de ambicionar algo, sin codiciarlo, uno es capaz de tener una resistencia moral, física y psicológica muy grande, que sin esa decisión tomada con tanta certeza no se podría tener. A todo eso se refiere “La rosa azul de Alejandría”.
«En el deseo de alcanzar algo más, se desarrolla toda una vocación y toda una manera de sostenerse en la vida»
Ch. La siguiente pregunta es obvia, ¿tú la has encontrado después de 35 años?
J.R. Como decía Lennon, que no sé si lo decía él o lo decía alguien antes que él, la vida es eso que está pasando mientras piensas qué hacer con tu vida. Y eso va en relación con lo que decía mi madre de los niños. Ella decía que los niños tienen que estar siempre entretenidos. Si un niño está entretenido, está bien. Como un niño se quede aburrido, tristón o solitario, son cosas que no le benefician. Entonces yo no he encontrado mi “rosa azul de Alejandría”, pero estoy muy entretenido en su búsqueda.
La conversación se pierde entre comentarios sobre la ausencia de programas musicales en televisión, sobre el último libro de Felipe Benítez Reyes, sobre la inspiración y sobre que a Javier le gustaría ser más prolífico a la hora de escribir canciones. Sin embargo, ya tiene unas cuantas preparadas para ser compartidas con su público, siempre tan fiel, en un nuevo disco. Las nombra. Una a una. Nos explica la historia que narran y notamos cómo se nos van poniendo los dientes largos.
Mientras llega la fecha, finales de 2017, nos contentamos con verle actuar. Y de qué manera. Los directos del portuense son como un curso acelerado de positivismo y alegría de vivir. Si queréis comprobarlo estáis de suerte, porque el día 9 lo hace junto a sus hijos en el espectáculo Casa Ruibal, que acogerá el Teatro Fernán Gómez de la capital.
@chalauracom