JUAN «HABICHUELA», PRESENTE
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Sabíamos de su enfermedad y tanto la prensa como la afición en general no dejábamos de preguntar por él, aún sabiendo que la situación no era muy halagüeña.
Finalmente se produjo y no por esperada la desaparición del maestro Juan Carmona “Habichuela” deja de provocar un vacío espectacular en el flamenco.
Símbolo y patriarca de una generación de guitarristas, Juan Habichuela nos deja una forma de tocar que, seguramente en unas décadas, volverá a estar de moda. Cuando se agoten definitivamente los recursos y soluciones de los tocaores posteriores en la búsqueda de los últimos rincones de la flamencura. Cuando haya que volver a la raíz de este arte como única forma de ser verdaderamente novedoso y poder tocar la fibra de los auditorios y clientes.
Porque si de algo rebosaba la sonanta del “Tío Juan” era de jondura sobre bases técnicas y armónicas esenciales. Tan sencillo pero a la vez tan complicado.
De toque limpio, melodía definible y aromática e inimitable sabiduría acompañante, su estética ya se había “superado” desde la irrupción de los Moraíto, de Melchor y siguientes capos en el difícil arte de secundar. Aunque él lo tuvo claro y siempre señaló a Paco de Lucía como el no va más en el toque para cantar de todos los tiempos. Algo que no sólo reconoció en privado.
Sin embargo, la guitarra de Juan fue, siempre que duró su vida profesional, la más solicitada por todos y cada uno de los cantaores, sabiendo que él representaba mejor que nadie la convivencia pacífica de la guitarra con los egos de los vocalistas, el tremendo respeto por la personalidad artística de cada cantaor y, sobre todo, el conocimiento de todos y cada uno de los cantes y estilos flamencos. No había duda que era caballo ganador si de hacer arte puro se trataba.
Nos deja un guitarrista que profesó tanto respeto a su oficio que tuvo que ser obligado a grabar “en solitario” al final de su carrera, cuando al flamenco se le caía la cara de vergüenza por no tener un puñado de discos que recogiera, todas juntas, esas falsetas que todos los guitarristas habían chapurreado. Aún sí, esos intentos de discos fueron realmente unas entrañables reuniones de cante y, de nuevo, la guitarra de Granada al servicio del jipío.
Maestro que paralelamente alumbró a “Ketama” en sus pechos y que sabía mejor que nadie el tremendo beneficio que al flamenco hacían sus vástagos y descendientes abriendo nuevos caminos. No fue una paradoja, era lo lógico y necesario.
Descanse en paz un maestro que deja un legado insuperable y una gran estirpe de “habas”. Esta vez no sólo de cantaores y acompañantes. También de solistas que están llamados a hacer evolucionar la guitarra y el propio cante. Camino que sólo lograrán acordándose a diario del “Tío Juan”.
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