El síndrome de Paco de Lucía

no tiene cura

Fotografías: María Aragón «La Gafa»

El síndrome de Paco de Lucía es esta especie de toque de queda mental que tiene al mundillo del flamenco cogido por los huevos. Es una verdad que hemos oído ya un millón de veces, pero oigámosla una vez más: Paco de Lucía es la figura más grandiosa que ha dado el flamenco en toda su Historia, y el día que el genio de Algeciras se nos murió se hizo la noche en los dominios flamencos y desde entonces sus gentes viven sumidas en un estado de orfandad y acomplejamiento que les impide salir al mundo con la cabeza alta, incapaces todas estas gentes de sentirse seguras de sí mismas. Completamente atenazados, así llevamos cuatro años todos.

Los primeros aquejados por este síndrome incurable son, obviamente, los guitarristas. Si Paco de Lucía es «el Dios de la guitarra» (Tomatito dixit) y resulta que Dios ha muerto, entonces ahora qué. Pues ahora sólo nos queda llorar, porque por muy alto que suba (ahora) un guitarrista, por muchos aplausos que llegue a cosechar, ya nunca podrá conseguir lo que de verdad desea un artista: el visto bueno de su ídolo. Porque Paco de Lucía era la única autoridad que podía conceder a un guitarrista el certificado de validez, así que ahora es imposible que no se sientan todos de algún modo impedidos para cumplir su destino.

Y al lado de los guitarritas tenemos al resto de artistas flamencos: cantaores, bailaores y demás músicos, todos a la espera de alguna unidad del Servicio de Urgencias Médicas. Porque Paco de Lucía puso a la guitarra en el centro del escenario —que es como decir el centro del Universo— y convirtió en subalternas al resto de las disciplinas flamencas, lo que significa que a partir de aquí cada uno tiene perfectamente fijado su cometido en el mundo, y el cometido de cantaores, bailaores y demás músicos ya no es otro que el de acompañar, secundar al guitarrista.

Un ejemplo reciente. Hace dos semanas estuve en el estreno mundial del nuevo espectáculo de esta superestrella de nuestro baile llamada Farruquito, estreno que tuvo lugar en el festival Noches del Botánico, en el Real Jardín Botánico de la Universidad Complutense, Madrid. Farruquito, se titula muy imaginativamente el espectáculo, que, según parece, va a estar de gira en las próximas fechas por el planeta. Dos horas largas se tiró el famoso bailaor dándolo todo en el escenario, hasta el punto de que el hombre acabó a taconazo limpio en lo alto de una mesa y uno de sus acompañantes llegó a bailar sobre un pequeño cuerpo prismático de madera que en la distancia parecía un cajón peruano. Es verdad que los osos en los circos también hacen acrobacias sobre todo tipo de objetos movedizos, pero hay quien opina que Farruquito es el mejor bailaor flamenco de todos los tiempos y puede que hasta esté en lo cierto, y no negaré yo que pueda este señor ser un artista impresionante en la compañía adecuada, lo que pasa es que uno lo ve y nota que falta algo. Y falta algo, falta el actor principal. Un buen banderillero podrá levantarte del asiento en un momento dado, pero al final tú a quien vas a ver a la plaza es a José Tomás, y en el flamenco José Tomás es el guitarrista.

En fin, perdónenme, el espectáculo de Farruquito era lo que me encargaron reseñar mis jefes de Chalaúra hace dos semanas, pero, una vez más, soy incapaz de darle un rumbo satisfactorio a la expresión de mis pensamientos. A lo mejor es que los fabricantes de reseñas flamencas también estamos con el síndrome de Paco de Lucía. El asunto, en cualquier caso, es que aquí nadie termina de asumir del todo el naufragio, nos emperramos en creer que todavía es posible estirar la historia un poco más, que podemos mantenernos a flote sin el genio de Algeciras, y por eso nos agarramos al primer trozo de madera con seis cuerdas que pasa a nuestro lado a la deriva mientras esperamos que algún valiente se nos aparezca de pronto y nos rescate del síndrome. ¿Alguien se atreve? No es fácil ser valiente cuando se trata de combatir una presencia tan morrocotudamente gigante como es el recuerdo de Paco de Lucía, y un mundo sin valientes es un mundo sin futuro. Disgregación, regresión, extinción, ya siempre será de noche en el flamenco y esta condena —y ojalá me equivoque— no hay quien nos la quite de encima. ¿Hay vida para el flamenco después de Paco de Lucía? Sí, supongo, pero está siendo una vida muy condenada.

 

Germán San Nicasio

Escritor

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