El temple del cante
Texto: Pablo San Nicasio
Fotografías: Antonio Acedo
Si el año pasado fuimos Romualdo Molina y servidor a ver a Jesús Méndez a la Sala García Lorca, este año tocaba escuchar al otro “giraldillo” del cante: Antonio Reyes.
Cantaor de moda, por otra parte, y acaparador de portadas en nuestra web estas semanas puesto que está también de estreno de disco, pletórico. Además, la crítica en pleno le sitúa sin descanso en ese reducido repóquer de cantaores que encabezan la generación actual de cancerberos del cante “puro”.
Bien, con esas pero sin Romualdo (migraña de última hora) nos dispusimos a ver cómo Antonio Reyes acababa con el cuadro. Gente del flamenco, algunos incondicionales y lleno en las sillas de enea de la García Lorca. Muy buena noticia ya que a la misma hora y no muy lejos también había lío flamenco.
Con Diego Amaya al toque, por cierto tremendamente sobrio, rayano en lo minimalista, Antonio Reyes comenzó por alegrías y con esa sonrisa en la boca, con ese porte tan parecido al Camarón de los setenta y con muchísima parsimonia. Lo primero que destaca del cante de este chiclanero es el temple con que aborda todos los estilos que trabaja. Jipío muy bonito, almibarado pero siempre con tremenda despaciosidad. Como Morante estirándose de capa.
Prosiguió por soleá, con el público a favor de obra. Tangos que acabábamos de oír en su grabación con Diego del Morao y una toná que, sin duda, fue lo mejor de la primera parte.
Hasta entonces y visto lo visto, nos quedamos con un cantaor al que se le nota mucha afición en la elección, tratamiento y solución de los estilos. Precioso quejío y personalísimo tempo. No era el chorro de voz prometido, bien es verdad, pero hubo materia prima.
La segunda parte subió notoriamente el nivel. Las dos tarantas del inicio volvieron a apuntalar su concepto de cantaor aficionado y abierto de estilos. Las cantó mejor que las alegrías. De hecho a nuestro juicio con mucha diferencia.
Abordó Reyes el Polo siempre al ralentí y con soberbios momentos a pesar de alguna inconcrección con los acordes de Amaya.
Por seguiriya y bulerías volvió a dejar constancia de su conocimiento pero sin deslumbrar, muy fácil. Algo que sí hizo por fandangos al final. Tres letritas estupendamente rematadas. Otra de las cumbres.
Recital pues en el que lo mejor llegó con lo inesperado, puesto que el cantaor venía de Cádiz: las tonás, las tarantas, el polo y los fandangos. Señal de que, además de tener “armíba”, Antonio estudia.