Las estrategias fatales de Alba Molina

Este viernes pasado, 26 de enero (2018), estuve en el concierto que Alba Molina dio en el Auditorio Nacional de Música (Madrid). Entradas agotadas. Alba Molina canta a Lole y Manuel, llevaba por título el espectáculo. Tiene su curiosidad esto del título porque el último disco hasta la fecha de Alba Molina se titula Caminando con Manuel (Universal Music Spain, 2017). Alba Molina canta a Lole y Manuel era como se titulaba el disco anterior (2016, también Universal). Seguramente no tenga esto mayor importancia, además los dos discos guardan más analogías entre sí que diferencias, casi pueden verse como un disco doble, pero a uno le gusta estar pendiente de todos los detalles por si puede pescar alguna pista de cómo piensan los artistas. A la guitarrra estuvo el infalible Joselito Acedo y a las palmas Manuel Valencia y Juan Diego Valencia.

Me encantó el concierto. Y fue una sorpresa que no vi venir hasta que apareció Alba en el escenario y dejó escapar una de esas sonrisillas suyas que tanto me gustan, entre picarona y chulesca. Esa actitud de pasotismo total. El vestido, de manga larga y falda hasta los tobillos, era muy chulo también: blanco, con lunares negros de tamaños variados, inspiración dálmata. En fin, una planta imponente, le sacaba un cacho bueno de estatura a Joselito Acedo, y entonces se sentó y empezó a cantar. Era una Alba inédita para mí hasta ese día. Una artista plena de naturalidad. Ni inhibida ni sobreactuada. Inhibición y sobreactuación suelen ser dos reacciones inmunológicas ante una misma amenaza fantasma: el exceso de responsabilidad, que es kriptonita para cualquier superwoman de las artes escénicas. Nada, Alba se sacudió las tensiones de otras veces y se dejó fluir completamente abierta a las emociones que le traían los temas de sus padres. Llegó a soltar la lagrimilla, y la anécdota simpática de la noche ocurrió cuando Alba preguntó si alguien tenía un clínex y una joven de las primeras filas se acercó al escenario y le dio un paquete. Alba cogió un pañuelo y le devolvió el paquete, y sabes que estás ante una estrella cuando la ves sonarse los mocos y te enamoras de ella.

Un rato muy estimulante. Es verdad que yo también me sentía muy receptivo el viernes, la luna estaba en fase creciente y mi lado cascarrabias andaba anestesiado porque fui al concierto bien acompañado y la vida brilla de otra manera cuando tú eres el primero que la quiere ver brillar. Los que tenéis el buen gusto de leer con regularidad mis colaboraciones en esta web ya sabéis que soy muy defensor yo de los estriptises periodísticos. Veo saludable que un opinador desnude su estado de ánimo, sus circunstancias y sus prejuicios, más que nada porque así es más fácil calibrar cuánto de fanatismo hay en una opinión.

El fanatismo es la idiosincrasia de las grandes opiniones y yo soy muy fanático de Alba Molina. La sigo desde aquellos primeros tiempos como modelo de pasarela, sus discos de flamenquito pachanguero bueno, su sonado paso por el grupo hippy–punk Las Niñas, su retahíla de novios bohemios… ¿Estrategia? ¿Fatalidad? ¿Qué clase de brújula desnortada marca el rumbo en la carrera artística de esta mujer? A veces el camino que lleva a la cumbre está lleno de curvas y cada uno las negocia como buenamente puede. En 2015 murió el inolvidable Manuel Molina y un año después nos llegaba Alba Molina canta a Lole y Manuel. Alba confesó entonces que nunca se habría atrevido con aquel repertorio si su padre siguiera entre nosotros. Alba Molina canta a Lole y Manuel superó las expectativas y luego vino Caminando con Manuel, y la misma mujer que hasta hace dos días se conformaba con ser catalogada como cantante puede que al final acabe cuajando en toda una cantaora. No sé hasta qué punto es naif o no jugar al ajedrez con la vida y creer que vas a poder anticiparte a sus movimientos, pero tampoco hay por qué dejar que la vida se anticipe a los tuyos. Jaque a la reina. Ole Alba Molina y ole los que se atreven con todas las curvas del camino.

Germán San Nicasio

Escritor

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