El Payo Humberto
Han pasado cuatro años ya desde que Pablo San Nicasio, mi hermano, publicó su antología de guitarristas Contra las cuerdas. Maestros de la Guitarra Flamenca en la intimidad de la entrevista. Eran dos volúmenes bien gordos y allí aparecían reunidos todos los mitos de la historia moderna de la guitarra flamenca, y Óscar Herrero Ediciones apechugó con las funciones editoriales. El medio más indicado para dar a conocer la antología al mundo era Chalaúra, y el sujeto ideal para escribir la gran reseña literaria era yo —perdón—, pero entonces me salió el tontín acomplejado que llevo dentro y consideré que echarle flores a mi propio hermano era como echármelas a mí mismo y me pareció poco elegante. No hubo reseña, me quedé sin decir todas las cosas buenas de aquellos textos y después, todos estos años, me he arrepentido mucho todos los días, primero porque si no fuera por mi hermano (Pedro Jota Ramírez del flamenco), yo (aspirante a Paquito Umbral) no tendría ni una triste colaboración periodística donde caerme muerto —y ya tengo una sección entera para mí solito en la web más chalada del momento—, y segundo, y más importante, porque yo no tengo la culpa de que mi hermano sea un pez gordo y ser Paquito Umbral significa decir las cosas como son.
Como no podía ser de otra manera, la antología de mi hermano vendió quince veces más ejemplares que yo con todas mis novelas juntas, lo que tampoco es ningún milagro, yo en cifras voy de catástrofe en catástrofe —en la Academia Sueca saben que mi guerra es otra—, pero es que estamos hablando de Pablo San Nicasio Ramos (Madrid, 1982), Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense, Titulado Superior en Guitarra Clásica por el Real Conservatorio de Madrid y Grado Profesional de Guitarra Flamenca. Es la manera de hacer que meneen la lengua gentes como Manolo Sanlúcar, que vete a saber tú de qué humor se levanta cada día, o Tomatito, famoso no precisamente por su verbosidad, o Vicente Amigo, esquivo como él sólo. Los flamencos en general, y los guitarristas en particular, no son muy de abrirle el corazón al primero que llega con una grabadora, y ser periodista es lo que le permite a mi hermano hacer las preguntas y ser guitarrista es lo que le da el aval para conseguir las respuestas.
Bien, pues ahora mi hermano saca libro nuevo: Un payo entre los flamencos. Memorias castizas de Hubertus J. Wilkes en la España de la Transición (Editorial Octaedro Andalucía), y esta vez no me voy a tolerar el mismo error.
(En adelante me referiré a mi hermano como “el autor”, aunque me siento igual de raro que Antonio García Ferreras cuando llama “Pastor” en la tele a su novia. Intentaré que no se me vaya mucho la mano con las flores).
El libro tiene dos partes, primero una que podría contemplarse como texto principal y después un extenso apéndice de notas explicativas que el autor nos recomienda leer en paralelo por si no estamos muy puestos en el mundo flamenco. Los flamencos más enterados tienen permiso para centrarse exclusivamente en la primera parte, que, como ya señala el título, aborda un estrato muy específico de las memorias de Hubertus J. Wilkes, el estrato flamenco, y aplicado el especificativo flamenco en el sentido de esta cultura universal que suele asociarse con España, no flamenco en el sentido de Flandes, y es interesante aclararlo porque El Payo Humberto —que así es como se conoce a Hubertus en los ambientes bohemios— nació en Ámsterdam (el 12 de marzo de 1946).
El autor empieza contándonos cómo conoció al Payo:
—Pablo, tienes que conocer a Humberto Wilkes —le dijo un día nuestro querido Romualdo Molina.
¿Humberto Wilkes? Sí, es holandés, pero sabe un montón. El autor no hizo mucho caso. Romualdo Molina, a quien por cierto está dedicado el libro, es un río Amazonas de información y a veces no hay forma humana de seguirle el ritmo. Pero un tiempo después el autor tropieza en internet con un sujeto «con pinta de guiri perdido en el Prado» y le llama la atención. Resulta que el guiri tenía colgados en YouTube como trescientos videos en los que explicaba el flamenco al mundo. El autor ató cabos, se puso en contacto con el guiri y surgió esa cosa llamada amistad.
A partir de ahí es el propio Payo el que nos cuenta en primera persona su vida: su descubrimiento del flamenco a través de un tocadiscos, su primer viaje a España con su madre, y luego ya su gran amistad con Enrique Morente, del que fue chófer y guitarrista. Llegó a acompañar a Camarón de la Isla, y con Paco de Lucía también convivió mucho, aunque nunca le tuvo en un pedestal. Atención al guiri: «Mi dios fue Niño Ricardo, no Paco». Y muy elocuente el recuerdo que guarda Humberto del día que conoció a Paco de Lucía. Fue en unos billares por la plaza del Callao. Paco de Lucía falló una jugada y se cabreó y rompió el palo. ¿Y qué les decía yo a ustedes de los guitarristas flamencos y su propensión a cerrarse en banda en cuanto aparece alguien con una grabadora? Pues olvídenlo: El Payo tiene grabadas horas y horas de conversaciones con nuestro genio de Algeciras. Conversaciones de lo más morbosas, que yo he oído algunas. Ahora mismo tiene que haber alguien en algún lugar escribiendo la biografía definitiva de Paco de Lucía, haría bien ese alguien en hablar con El Payo, porque en su caja fuerte hay varias piezas claves del puzzle.
El libro incluye fotos: el guitarrero Félix Bayón construyendo la guitarra del Payo, El Payo de risas con Manolo Sanlúcar, El Payo y su Citroën dos caballos —El Payo conducía y Morente ponía la gasolina—, El Payo y El Pollito de California con Romualdo Molina en el programa de TVE Nuestro flamenco, El Payo de risas con Carmen Linares, El Payo de Risas con Pepe Habichuela…
Uno de los pasajes que más risa me han dado a mí es el del mosqueo que se agarró Morente con El Payo justo antes de una Semana Santa. (Aviso: el siguiente párrafo contiene información que podría considerarse spoiler, así que ustedes deciden si prefieren saltárselo).
Resulta que tenían pensado bajar a Sevilla en el dos caballos, El Payo y Morente, los dos solos, pero al Payo no se le ocurrió otra cosa que contárselo a alguien llamado Rafael Romero, cantaor, que automáticamente se autoinvitó al viaje. El tal Rafael Romero al parecer no era del todo mala gente, pero sí un plasta de mucha hartura y poco desprendido con los dineros. La bronca que le echó Morente al Payo no fue pequeña, pero El Payo se las acabó ingeniando para arreglarlo. El planning del viaje era: primero ir al tablao Zambra (calle Ruiz de Alarcón, entre el Paseo del Prado y el Retiro), porque Morente tenía función esa noche, y luego, ya de madrugada, salir para Sevilla. De modo que el compi Rafael Romero se instaló en la parte de atrás del coche, que era donde le tocaba viajar a él (el dos caballos no tenía asientos en la parte de atrás, pero El Payo asegura que era cómodo), y a continuación El Payo le pidió a Morente que se abrochase el cinturón de seguridad. «Bajé la Carrera de San Jerónimo a casi ochenta por hora y en Neptuno di una vuelta a todo gas por la glorieta. El coche bailaba mucho, pero era estable —ese dos caballos bailando con estabilidad, imagínense—. Así que Rafael en la parte de atrás no paraba de gritar y de irse de un lado a otro, estaba cagado de miedo. Finalmente llegué al Zambra y paré de un frenazo». Rafael Romero acabó sacándose por iniciativa propia un billete de tren a Sevilla.
En fin, sirva esta pequeña eventurilla como metáfora gamberra de lo que viene a recordarnos El Payo Humberto con su periplo vital: que los caminos de la felicidad son inescrutables y que el flamenco, por muy burros que se quieran poner algunos, ni tiene razas ni tiene fronteras, y otro que puede dar fe de esto es mi amigo Jake Shane, cantautor norteamericano enamorado de España y amigo también del Payo. El flamenco es de todo aquel que lo sienta suyo, igual que el Lazarillo de Tormes, igual que el Quijote, igual que la esencia misma del ser humano, igual que El Payo Humberto. Y aquí lo dejo antes de que me venga arriba y termine por sacar el látigo.
El libro se presentará por todo lo alto este próximo 1 de febrero, jueves, en el mítico tablao Villa Rosa, cuyos muros, rincones oscuros y cuartos de baño han sido testigos de grandes episodios de la Historia del Flamenco y también de mi propia historia particular. Para los más despistados, esto está en la Plaza de Santa Ana, número 15, Madrid, y será a las 12.30 horas del mediodía, que es la hora a la que los flamencos auténticos vamos a actos literarios. Si tienen ustedes la buena idea de acompañarnos, allí nos veremos. Yo pienso estrenar zapatos.
Germán San Nicasio
Escritor