El ansia de jugar
Ha muerto Francisco Sánchez Gómez, Paco de Lucía. Resulta que un hombre se muere y entonces los que se quedan aquí haciendo cola se ponen a decir cosas raras, pero es que a veces la sensación de irrealidad hace que el mundo parezca un monte negro y en silencio, como justo después de apagarse el incendio más atroz. Hace unos días, a propósito de la muerte de Félix Grande —llevamos un arranque de año con muy poquita gracia—, recordaba yo unas palabras del propio Paco de Lucía acerca del significado del silencio. Sin silencio no hay música igual que sin muerte no hay vida. Félix Grande y todos los que saben de esto llevaban varias décadas preguntándose qué hizo el mundo para merecer el regalo de su música: extraterrestre, universal, leyenda, el Picasso de la guitarra. Que te coloquen al nivel de Picasso y que la cosa no suene a cachondeo no sé si podrá decirse de muchos artistas, pero aquí el paralelismo, ahora que las dos figuras se pueden contemplar en toda su dimensión, resulta más que evidente.
Los dos nacieron en Andalucía, Picasso fue un niño prodigio y Paco de Lucía también, los dos entendieron en seguida que el arte y la vida podían ser una sola cosa y, cada uno en su lenguaje, explicaron que lo suyo no era un trabajo, sino un juego, los dos tuvieron la valentía de asumir que sentirse libres era su manera de habitar el mundo. Truman Capote dijo que Picasso «era un hombre poseído por el ansia de jugar, el odio a lo establecido y la fresca curiosidad de un niño». Es también una definición muy precisa de lo que significa ser Paco de Lucía. Los dos pasearon el nombre de España por todo el planeta y ninguno dejó nunca de jugar, llegaron a la madurez y siguieron siendo niños, con la cabeza pelada y las canillas al aire, Picasso en calzoncillos, posando para la foto, y Paco de Lucía con el bañador, jugando al futbol lo más cerca posible del mar, y los dos murieron sin contemplar ni por un momento la idea de la jubilación, y los dos murieron fuera de España.
Pero lo peor del paralelismo es el vacío inmenso que deja un genio al irse: Picasso acabó para siempre con la pintura y Paco de Lucía ha acabado con la guitarra. Esto es así: del mismo modo que nadie puede hoy coger un pincel sin sentirse un intruso, nadie podrá ya nunca agarrar una guitarra sin el síndrome de Paco de Lucía. Porque Paco de Lucía igual no es el guitarrista favorito de todo el mundo, ni siquiera de todos los guitarristas, yo de hecho conozco a unos cuantos que le dan a las seis cuerdas y tienen a otros guitarristas como favoritos, pero todos, en público y en privado, todos, absolutamente todos, reconocen que es el mejor, o sea: no sólo el más grande que ha existido hasta ahora, sino el más grande que llegará a existir jamás. Uno, ante semejante unanimidad, no tiene más remedio que asustarse un poco, casi parece que estuviésemos hablando de otra cosa, de atletismo, por ejemplo, de ver quién es el que deja el listón más arriba, pero no, señores, seguimos hablando de arte.
Puede que esta admiración unánime tenga una explicación: el escenario. En todas las disciplinas artísticas hay un componente espiritual, invisible, que se suele llamar de mil maneras poéticas: alma, sentimiento, duende, hechizo, y que tiene que ver con la genialidad, esa cosa que se tiene o no se tiene, pero también hay un componente técnico que tiene que ver con el esfuerzo y la maestría, porque al final la guitarra hay que tocarla, quiero decir: nadie, por muy genio que sea, nace sabiendo, hay que echarle horas, y en ese sentido los guitarristas tienen la suerte de contar con un lugar específico donde poder demostrar al mundo la verdad de su técnica y la magia de su alma. Porque si no hubiésemos visto a Paco de Lucía en los escenarios, en directo, si sólo hubiéramos tenido sus grabaciones para juzgar, a lo mejor habríamos pensado que todo es mentira, igual habríamos dicho que su compás milimétrico es producto de la ingeniería y las mesas de mezclas o que sus falsetas son materialmente imposibles para las manos de un ser humano. No hay manera de medir el alma, es verdad, y la sintonía entre artista y público es una cuestión de sensibilidad y hasta puede ser más o menos opinable, en cambio la perfección es indiscutible, y de ahí la unanimidad.
Una vez, después de recibir uno de tantos premios, le preguntaron si se sentía satisfecho y respondió que se consideraba un hombre muy valiente y curioso y que siempre tenía ganas de seguir probándose para ver hasta dónde era capaz de llegar. Ahora ya lo sabemos, Paco de Lucía llegó a la armonía imposible: perfección y alma en un solo guitarrista. Francisco Sánchez Gómez, el incendio forestal irreversible, el eclipse que vino a cubrir con la sombra del olvido a todos los demás guitarristas, y murió jugando en la playa con sus hijos.
Germán San Nicasio
Escritor