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Fotografías: Pepe Lamarca

Dos de las figuras con mayor proyección del flamenco se reunieron para hacer lo que mejor saben: arte puro. Por un lado Antonio Reyes, chiclanero y cantaor que si no está ahora en la cresta de su ola es porque aún no se le conoce techo. Pero ese lugar al que todos quieren llegar llamado candelero lleva conociéndolo ya algún tiempo.

Y por el otro Diego del Morao, jerezano y último eslabón de esa estirpe única de toque. Sin duda un artista que tendrá que decir mucho en el futuro del toque .

Juntos a petición del Círculo Flamenco de Madrid, grupo de aficionados comandados por Carlos Martín Ballester que hizo que, una noche de primavera de 2015, el espacio “Las Tablas” del madrileño barrio de Plaza de España vibrara como hacía tiempo.

 

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No sólo se juntaron para hacer el flamenco, también con el propósito de grabar lo que saliera de su reunión. Sin ensayos, con la única ayuda externa de los jaleos y palmas de Diego Montoya y Chícharo, también cumbres. Si la cosa funcionaba podríamos estar ante un trabajo de referencia en estos tiempos. Flamenco a más no poder teniendo en cuenta que los encuentros entre estos dos artistas no habían existido antes de esta propuesta. Más allá del respeto y admiración mutuos, la distancia y sus tremendas agendas habían sido un incomprensible problema hasta la fecha.

En ese todo o nada que es el directo grabado de dos artistas flamencos que nunca han trabajado juntos se embarcaron los amigos madrileños y los protagonistas de una idea que salió bien. Puerta grande que comienza por soleá  y se estira casi diez minutos. No son más de seis los cantes que se hacen en la velada. Soleá, tangos, alegrías, seguiriyas, bulerías y fandangos. Seis cantes seis y algo más de una hora con todo el permiso de la autoridad y sin tiempo que impida, esta vez no, que los amigos y admirados artistas se conozcan en el flamenco sentido del término.

Y ambos están estupendos, uno cantando por derecho y variado, con tremendo poder y absolutamente tremendo por seguiriya. El otro acompañando magistralmente, sin verse sorprendido en ningún momento (es Diego del Morao, pero con tanto despliegue y sin ensayos…) y más allá, exquisito en el compás y la armonización. Refinado, en plan aficionado. Esa noche Diego Moreno se vistió de Habichuela, de Ricardo, de Morao, de Melchor y de Montoya. Conocimiento.

Con el apoyo en la edición de “El Flamenco Vive”, las preciosas fotos de Pepe Lamarca y una sincera disposición a favor de la autenticidad, el disco se presenta en nuestras manos como una muestra inequívoca del lugar en el que está el flamenco hoy día. Y al que no le guste que no vuelva, porque es complicado que, dentro de la ortodoxia del cante jondo, se tope con algo mejor.

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