Lo digo desde ya: este libro es buenísimo. Profundo, cachondo, bien escrito, me pasé todo el rato deseando terminarlo para volverlo a empezar y en tres noches de insomnio me lo he leído dos veces. Camarón de la Isla. El dolor de un príncipe, de Francisco Peregil, publicado por Libros del K.O., me ha gustado mucho y se lo recomiendo a todo el mundo.

Por lo visto se publicó por primera vez en 1993, es decir: el año siguiente de morir Camarón, es decir: cuando el compi Francisco Peregil (Nerva, Huelva, 1967) iba a cumplir 26 años, es decir: qué asco de tío. Descubrir que alguien tan joven escribe así de bien es algo que produce mucha envidia. Según la foto de la solapa, el autor hoy en día ya es todo un hombre de los que no se tiñen las canas, y en la nota biográfica dice que en los últimos 20 años ha escrito varias novelas y además le pueden seguir ustedes en Twitter. Desconozco cómo habrá evolucionado su literatura en todo este tiempo —intentaré enterarme— pero en Camarón de la Isla. El dolor de un príncipe la demostración de facultades es absolutamente abrumadora.

El relato en sí mismo está construido como si fuera un cantaor flamenco empalmando cantes en plena inspiración. Francisco Peregil va y viene en torno a Camarón y maneja el tiempo y el espacio a su antojo, de modo que, hilando anécdotas, testimonios, laureles, tropelías, nos pinta el retrato del alma de José Monge —Monge y Peregil, dos apellidos que dan ganas de escribirlos con jota— y llegamos a comprender la soledad que atormenta a todos los genios y cómo la necesidad de comunicación es lo que acaba estallando en forma de arte. El drama está contado sin frivolizar con el dolor de los protagonistas pero de manera muy entretenida, no supone ningún suplicio leer el suplicio que se nos cuenta, todo lo contrario: incluso hay lugar para las carcajadas. El texto de la contracubierta, que es un espacio que los profesionales del gremio editorial suelen reservar para el típico autobombo y las exageraciones vendemotos, en este caso resulta llamativamente humilde, incluso modosito. Empieza diciendo: «Este libro se lee como una juerga flamenca», lo que es verdad y describe con gran precisión la estructura de la narración, pero luego no se le escapa ni un solo adjetivo calificativo de carácter elogioso en relación con los méritos de la obra y, sobre todo, es que no hace ninguna referencia al asunto de la droga, ampliamente tratado en el libro, como si les diera pudor a los editores que se sepa lo que se cuenta dentro.

Francisco Peregil habla mucho de Camarón y las drogas, pero lo hace con absoluta naturalidad, sin regodeos morbosos pero sin mojigaterías, sencillamente cuenta las cosas como son, porque para una persona adicta, elobjeto de su adicción es una parte fundamental de su vida, y conocer la vida de un artista resulta de gran ayuda a la hora de comprender su obra. Dicho esto, es evidente que ser un politoxicómano recalcitrante no convierte a nadie en genio o en artista inmortal: ¿cuántos drogadictos ha habido en España y en el mundo a lo largo de la Historia?, ¿y cuántos han cantado como Camarón de la Isla? Pues eso. Por aquí aparecen también Paco de Lucía y los jaleos por los derechos de las letras, Tomatito, Paco Cepero, la hija que el cantaor tuvo antes de casarse con La Chispa, el accidente de tráfico, Torres Bermejas, las Tres Mil Viviendas, Nueva York. En realidad es una historia que ya nos sabemos todos más o menos, pero está tan bien contada que todo parece nuevo y da mucho susto pensar en las dos décadas que han pasado ya.

Para acabar, en las últimas páginas se incluye un epílogo de alguien que firma como Silvia Cruz Lapeña donde se nos ofrece más académicamente un balance de los «ecos, rastros y estelas de Camarón». Muy interesantes y acertadas todas las reflexiones de Silvia Cruz Lapeña, aunque una curiosidad tengo: yo no sé cuándo decidió Libros del K.O. reeditar este libro y desconozco hasta qué punto prefieren los señores editores evitar que les tachen de oportunistas, pero el epílogo viene fechado en Barcelona el 27 de febrero de 2014, o sea: justo el día después de que en España amaneciésemos con la noticia de la muerte de Paco de Lucía, y doña Silvia Cruz Lapeña no hace ninguna referencia a este dato y la cosa queda como rara. ¿Justo ayer se muere Paco de Lucía y justo hoy escribes algo sobre Camarón y no dices que justo ayer se murió Paco de Lucía? A lo mejor hay algo que se me escapa, no lo sé, pero no pasa nada por parecer oportunista, todos lo somos en cierto modo, o intentamos serlo, y si encima sirve para que la gente descubra libros tan buenos como éste de Francisco Peregil, pues todavía mejor.

Germán San Nicasio

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