EN LAS ENTRAÑAS DEL FLAMENCO

Texto: Pablo San Nicasio Ramos

Fotografías: Larisa López

Casi siempre, lo verdaderamente auténtico de algo es lo que no se ve o no se conoce porque no se enseña. Algo que se intuye  que existe pero que, por la costumbre que sea, no se muestra como debe. Siendo en esa cocina donde se prepara a fuego lento lo que luego trasciende. En el flamenco, por ejemplo, lo auténtico está sobre todo en los estudios de ensayo, en lo que se elimina en las mesas de grabación, en las tomas falsas. Pero más aún en los patios y las trastiendas de las fiestas, los camerino… Como en el toreo, cuya ley vive en las dehesas y plazas de tientas. Mucho más que en los despachos, las barreras o en las plazas de relumbrón.

Pues el flamenco en esencia, en Madrid, es complicado encontrarlo. A pie de calle, digo. Alguna vez hemos comentado que ante la pregunta de muchos amigos de ¿Dónde ver flamenco en Madrid? Quitando los tablaos…lo más socorrido era mandarles a los festivales, a mirar la programación de los teatros. El eslabón del flamenco próximo está en peligro de extinción. No porque no sea válido (ya verán como lo será cada vez más) sino porque la mayoría de los artistas ni siquiera conocen cómo llevarlo a cabo, como ofrecerlo, tanto que dicen que escuchan a los viejos. Y no saben cómo vivían, cómo expresaban.

Pablo Rubén Maldonado lleva casi un año ofreciendo en Amor de Dios su formato “Flamenco en el Backstage” aunque a nosotros nos gusta más lo que dijo anoche: “es como el flamenco en el salón de mi casa”. Que al fin y al cabo es como degustar una probadura de matanza al fuego de una hoguera. Lo demás son zarandajas.

Una necesidad artística y vital que hace de su propuesta algo diáfano, que experimenta la convivencia y la casi improvisación que en el fondo fue lo que ha nutrido al flamenco. Pero hay más.

Ofrecer un doble espectáculo semanal, cada día con artistas diferentes, a lo largo de un año, con buenas entradas pese a lo limitado de su difusión y con la calidad como bandera está al alcance de poquita gente. Muy pocos.

Realmente el flamenco, repetimos, fue y es así. Juntarse, dar dos o tres directrices someras y ejecutar, dejarse llevar y ofrecer, darlo todo. Anoche con baile y cante al calor de la hoguera de las teclas del granaíno.

Pablo propone y comienza el juego. Primero por soleá. El baile de Amelia Vega es sabroso. Tiene experiencia pero retiene fibra. Hay ortodoxia también en el cante de Manuel Palacín, la de noches y vivencias que transmite el amigo. Siempre, a lo largo de la velada, lo más novedoso correrá a cargo del protagonista principal y su personalísimo piano.

Por zambra será la siguiente parada. Parte del mérito está en la cercanía, en la ausencia de micrófonos para calibrar hasta dónde llega verdaderamente esta propuesta. Que por auténtica y primitiva nos suena hoy a novedosa.

Mirándote vi que me amabas” es ese tema dulcísimo, afandangado que también canta Pablo Rubén y que decoró “Almanjayar”, su primer disco.

El rol del granadino es aquí, creemos, el de una guitarra y su grupo. Pero con el lenguaje idiomático del piano, es decir, algo totalmente nuevo. Es el pianista quien debe crear sus cierres, giros y técnicas propias, no copiar lo que hay ya hecho en el glosario flamenco para guitarra, así que hay que bandearse mucho para dar en la tecla.

Taranta para el cante y quizá la cumbre de la noche con las dos versiones, personalísimas y complejas de “La Bien Pagá” y “La Tarara”. Arreglos novedosos y acertados. Porque la copla, como bien dice Pablo Rubén, “es nuestro jazz” pero últimamente, no siempre se ha cultivado ni tratado bien. En su piano se hace identificable, respetuosa y nueva. Sin perder nada. Qué “chalao”.

De nuevo negociación de estilo. Tanguillos. Algo también condenado al ostracismo por los flamencos. Pero ojo, no se confundan. Es por lo complejo que resulta componer tanguillos, resolverlos. No es cuestión chirigotera. Se me ocurren sólo dos ahora mismo para guitarra, y los compusieron Vicente Amigo y antes Paco de Lucía. Será por algo. Hay palos que bajo la excusa de ser poco flamencos son terreno vedado para la mayoría.

Manuel Palacín echó un cubo de sal al público con sus ecos que recordaban por momentos a Chano. Confesó al final que si no disfruta no está a gusto. Es entonces cuando llama a su oficio trabajo. Anoche no curró nada.

Alegrías y bulerías.de remate. No es fácil, nada fácil, decimos, llenar un estudio de Amor de Dios sin luces, ni photocalls, ni cheerleaders semana tras semana. Aquí todo es auténtico. Que vaya corriendo Pablo Rubén a registrar la idea.

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