Sonaban tacones lejanos tras una puerta cerrada cuando llegó un servidor. Con una puntualidad germana daba inicio el espectáculo de Eduardo Guerrero. Dos minutos pasados de la hora y ya no nos permitieron el acceso. Pero no demoraríamos mucho en ir pasando con cuentagotas a la Sala Suggia de Casa da Música. ¿Una admiración plena por el flamenco? ¿un buen conocimiento de quien allí presentaba su trabajo? ¿Un perfecto entretenimiento para un lunes de lluvia y tormenta? …sea lo que fuere, no eran pocas las personas que allí se daban cita, pues colmaban prácticamente la Sala Clásica por excelencia de la ciudad de Oporto.

Un tablao improvisado sobre el escenario y un vestuario en modo Live de fondo es lo que se podía apreciar desde la butaca. Los seis artistas que allí se daban cita se presentaron en forma piramidal; a la cabeza el responsable de esta contienda, Eduardo Guerrero, al toque dos guitarristas Javier Ibáñez y Juan J. Alba y en la base sólida del cante las tres voces de Anabel Rivera, May Fernandez y Samara Montañez.

Y así daba comienzo el espectáculo, el cante y el baile se batieron en duelo desde el primer hasta el último instante, un diálogo de uno contra tres cabalgando sobre los diferentes palos flamencos en que el cante jondo reflejaba por momentos la conciencia del bailaor. Una lucha constante, un choque de almas, amor contrariado, el Hombre contra la Mujer y a veces él como ser inseparable de ella. Una coreografía bonita en la que el gaditano incluyó elementos diferentes, el uso de una cuerda para montar un número o arrastrase por el suelo a la manera de la danza mas contemporánea le dieron sabor a esta velada y no dejaron indiferentes a los que allí nos presenciamos. Un espectáculo inteligente apto para todos los públicos e inteligible tanto para el mas castizo como para el mas guiri. Eduardo Guerrero es de aquellos artistas de raza, muestra una técnica muy depurada, haciendo eco constante de sus raíces, pero sin dejar de mirar al futuro. Los artistas de los que se rodea no se quedan atrás, el bailaor va muy bien acompañado; las cantaoras lo dieron todo y en ningún momento aquello pareció un bolo de esos de poner la mano y continuar en la carretera. Las guitarras eran buenas, o muy buenas, desafinadas por momentos, pero con muy buen toque y nada despistadas. Y así daba fin a su último número, todo el equipo apuntando en la misma dirección y alcanzado el clímax, cuando Eduardo resolvió la actuación sentado en una silla y sonriendo al público. Un público puesto en pie que supo reconocer la labor de los artistas.

Y es que llevar tu arte lejos de las fronteras no siempre es fácil, aunque sea para representarlo en el país vecino. Cuando nuestro folclore es acogido de esta manera a cientos de kilómetros de casa no es casualidad. Este cuadro flamenco representó bien y así lo hará allá donde vaya. En esta ocasión fue Flamenco-Atlántico el responsable, pero serán bienvenidos Flamencos-Pacíficos o Flamencos-Índicos en futuras ocasiones. La difusión es importante y este tipo de artistas merecen ser vistos, escuchados y representados.

Texto y fotos: Roberto García

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