Las alegrías de Thelma y Louise
Amigos, amigas, bienvenidos una vez más a nuestra cita semanal con la buena literatura, que hoy por fin va a ser buena de verdad. Hoy os quiero recomendar un libro: Crónica jonda, de Silvia Cruz Lapeña, editado a finales de verano por Libros del K.O. Copio y pego de la solapa: Silvia Cruz Lapeña (Barcelona, 1978) «ha publicado en ABC, La Vanguardia, El Español, Rockdelux, Altaïr, Magazine, Ctxt, Deflamenco o Vanity Fair sobre política, sociedad, crimen o cultura». Y ahora le sumamos una cita reciente de un señor llamado Emmanuel Carrère: «El periodismo puede ser tan literario como un poema, una novela o una obra de teatro». Resultado: cuatro estrellas y media para Crónica jonda, por si os queréis ahorrar esta reseña y preferís bajar directamente a la librería más cercana a por vuestro ejemplar. No os arrepentiréis. Y sabed que si no le doy las cinco estrellas, que sería una nota más acorde con la calidad del texto, es sólo porque me he quedado con ganas de más y no quiero que nuestra autora se nos pueda echar a perder en los laureles. Y para los que ahora mismo no tengáis ninguna librería a mano: no os dé pereza, un buen libro bien vale un paseo, cuanto antes salgáis antes llegaréis, yo os hago compañía por el camino.
«Crónica jonda es una road movie flamenca», nos dicen los señores de Libros del K.O. desde la contracubierta, y no mienten: el libro es un viaje por las rutas del flamenco y Silvia Cruz Lapeña es Thelma y Louise, su mano derecha es Susan Sarandon y la izquierda Geena Davis, y su ordenador es un Thunderbird descapotable, y luego está esa idea suicida de escribir un libro hoy en día, que, si además el libro va de flamenco, el suicidio es doble. Por un lado tenemos el agonizante conjunto de las personas que leen libros y por otro el no menos agonizante conjunto de las personas aficionadas al flamenco, si medimos la microscópica intersección que nos queda, las conclusiones pueden ser como para despeñarnos desde algún sitio alto.
Señala Silvia Cruz Lapeña esa capacidad de lo jondo de convertir en música un dolor o una injusticia, y nos lo ilustra con un pasaje de una entrevista que Pedro Ruiz le hizo en su día a Paco de Lucía. El entrevistador le pide al guitarrista que en lugar de contestar con palabras, que emplee la guitarra:
—¿A qué suena el amor? —pregunta Pedro Ruiz.
Y Paco de Lucía responde con la tristeza de una taranta.
—¿A qué suena una queja?
Y Paco de Lucía sigue con la taranta.
Y por fin:
—¿Y a qué suena la rabia?
«Y Paco de Lucía se arrancó por alegrías».
Pues eso mismo hace Silvia Cruz Lapeña aquí, convertir en literatura un dolor, y lo hace no ya desde la primera frase, sino desde la propia portada. Dos manos que se arrancan por alegrías en mitad de una transfusión de sangre flamenca. Transfusión o donación, porque la sangre puede que vaya de la bolsa al brazo o puede que vaya del brazo a la bolsa, según se mire. Da igual, la cuestión es que el flamenco tiene sangre para dar y regalar. El dibujo alude a un momento colosal en el que Concha, la abuela de Silvia, mientras espera la muerte en el hospital, se arranca la ropa y las sábanas y empieza a hacer unas palmas muy flamencas. «Cuando acabó, bajó los brazos con cuidado y se puso bien el pelo».
Los personajes y las vivencias se suceden a lo largo de la narración y el interés no decae en ningún momento: nos maravillamos con la personalidad de Mayte Martín, por ejemplo, que no considera mermada su dignidad por tener que recurrir al crowdfunding para crear su sello discográfico, o el pollo que montó el guitarrista Joselito Acedo en un Festival de La Unión cuando se lanzó contra los miembros del jurado porque habían eliminado a su novia bailaora y tuvieron que intervenir los guardias, o un viaje por Ámsterdam con la autora y Farruquito compartiendo furgoneta y charlando de fenómenos paranormales. Resulta admirable cómo un par de pinceladas le bastan a Silvia para clavar el retrato de un personaje.
Mi capítulo favorito es el que se titula Todo es retal, hacia el final del libro. Silvia coge un autobús en Cádiz y a su lado se sienta una señora que le cuenta su vida. Cinco hijos, separada de un marido maltratador y la espalda molida por las palizas que de niña le dio también su madre, y ahora, a sus casi ochenta años, la mujer quiere empezar a hacer vestidos de novia y va a pedirle un préstamo a Cofidis para las máquinas de coser.
—Seguro que sale adelante, tiene usted mucha energía —le dice Silvia a la mujer, y la mujer da un último tajo para rematar la conversación:
—No, hija, no creas. Lo que yo tengo es mucho odio.
Sólo este capítulo ya es una película de Fernando León de Aranoa, y el libro entero daría para una serie de Netflix. Y es que no hay road movie sin su colección de fotos panorámicas y al final Crónica jonda no va sólo de flamenco, va de ser un alma dentro de un cuerpo humano y vivir en el mundo actual, que diría David Foster Wallace.
Total: que ni intersecciones microscópicas ni consorcios agonizantes, el conjunto de los lectores potenciales de este libro incluye a cualquier persona viva y con sentimientos.
Una pequeña coda:
Dice el novelista y crítico literario Alberto Olmos que en España la crítica literaria está hecha unos zorros, abres cualquier suplemento cultural y todo es amiguismo y pastel de favores. Ah, los escritores, esa gentucilla pordiosera que nos pasamos la vida exigiendo transparencia a los políticos y luego nosotros somos más opacos que nadie. ¿Transparencia? Vale, transparencia. Yo a Silvia Cruz Lapeña apenas la conozco, mis jefes de Chalaúra sí, y uno de ellos hasta sale en el libro con su nombre y apellidos, pero yo no puede decirse que sea su amigo. Dos veces he hablado con ella en mi vida: hace tres años se sentó a mi lado por casualidad en un concierto de Arcángel y la otra vez fue por teléfono porque me tomé la libertad de llamarla para pedirle las señas de Libros del K.O. Tenía yo unos diarios a lo Andrés Trapiello que quería publicar. Mis diarios acabaron en el cajón, pero no fue porque ella no se volcase en la gestión, de modo que, sí, amigos, en efecto, le debía un favor, y ahora ya le debo dos, porque su Crónica jonda, además de regalarme buenos ratos, me ha transfundido la inspiración necesaria para llenar todo este folio. Y así me va a mí, cada día más cargado de deudas. Hale, hasta la semana que viene.
Germán San Nicasio
Escritor