Una noche con Arcángel en el Corral de la Morería

 

En realidad fueron dos noches, 29 y 30 de junio (2015), viernes y sábado, pero yo sólo pude estar una, la del sábado, y es una pena, en primer lugar porque a todos nos gusta lo bueno y si nos dan a elegir entre un plato de jamón o dos platos de jamón, pues ya está: doble ración de Arcángel habría sido la leche, y en segundo lugar porque sospecho que no fueron dos noches idénticas. No hace falta decir que en el Corral de la Morería nunca hay dos noches idénticas, pero es que además la noche que estuve yo hubo dos guitarras: Miguel Ángel Cortés y Dani de Morón, dos fenómenos, y en cambio la noche anterior, según tengo entendido, hubo tres: me han contado que el viernes se sumó otro fenómeno, Diego del Morao, por lo que deduzco que el repertorio es probable que no fuera exactamente el mismo. Conclusión: cuando te pierdes la mitad de la película la sensación de orfandad es inevitable.

El asunto es que Arcángel vino a cantar al Corral de la Morería porque le apetecía grabar un disco en directo para, según explicó el propio cantaor nada más ocupar su silla en el centro del escenario, ofrecer su homenaje particular a ese mundo mítico de los tablaos flamencos. También me pareció entender que una de las piezas clave en este trabajo es Isidro Muñoz, que es un nombre que imagino que algo dirá a los buenos aficionados al flamenco.

Los técnicos de la discográfica Universal colocaron un montón de micrófonos repartidos dentro y fuera del escenario, aquello parecía un maizal de micrófonos, pero no había aparatos de amplificación, se trataba de recoger con la mayor fidelidad posible cómo suena por dentro, cómo respira, un tablao clásico, de modo que la garganta y el corazón de Arcángel se las tuvieron que apañar en pelota picada para llenar de voz hasta el último rincón del Corral. Fue una auténtica exhibición de facultades que duró algo más de una hora y todo lo bueno que sea capaz de escribir yo ahora se quedará siempre corto, aunque, si se me permite un pequeño apunte quisquilloso, no tengo yo tan claro que los tablaos flamencos suenen exactamente así, lo digo porque durante la actuación de Arcángel se interrumpió el servicio de alcoholes y refrigerios por parte de los camareros y entre el público que llenaba el local no había ni un solo guiri, ni un solo japonés, ni un solo Frank Sinatra soltándole un bofetón a Ava Gardner, ni un solo Justin Bieber, todos los que estábamos allí éramos fans acérrimos de Arcángel, todos, incluso el ex–torero Miguel Báez Litri, que tal vez fuera el espectador con más aureola mítica esa noche, y, en fin, que el comportamiento de la gente parecía más propio de un teatro que de un tablao. Y aún así, tampoco sé hasta qué punto se atreverán a respetar la integridad de la faena los ingenieros encargados de cocinar ahora la grabación.

Por ejemplo: hubo un momento en que Dani de Morón, concentrado en su ametralladora de dedos, golpeó de manera involuntaria su micrófono en mitad de un tema, no sé si fue con la guitarra o con su propia mano, y entonces se pudo oír cómo el guitarrista le dijo al cantaor: «Disculpa, tío», y volvió a colocar el micrófono y siguió dándole a las cuerdas como si nada. Fue un porrazo bastante majo, si los altavoces hubiesen estado enchufados habría resonado por todo el Corral, y ahora sería flamenquísimo, o al menos a mí me lo parece, que los señores ingenieros conservasen en el disco el porrazo y el «Disculpa, tío». Me da a mí que no va a ser así, pero habrá que aguantarse las incógnitas hasta octubre, que es para cuando está previsto que vea la luz el disco.

Al final de la función subió al escenario la bailaora Blanca del Rey, directora artística del Corral de la Morería, y, antes de echarse unas pataditas, se deshizo en elogios hacia Arcángel. Lo típico: la afinación de su garganta, la expresividad de su flamencura, todo eso. Si lo dice doña Blanca del Rey no hay más que hablar, pero yo también quería deshacerme a mi manera:

Francisco José Arcángel Ramos (Huelva, 1977) es lo que una redactora de la revista Cosmopolitan llamaría, y no se equivocaría, un macho alfa de los escenarios. El colega se planta en su silla de enea y no le hace falta abrir la boca para desplegar su magnetismo, pero luego la abre y al magnetismo hay que sumarle gusto, gracia y un cacho bueno de chulería, porque el artista que no es chulo es un canalla. La noche del sábado había un buen número de señoras y señoritas en el Corral de la Morería y se notaba en ellas esa fascinación inequívocamente sexual que provocan las estrellas de Hollywood o los campeones de boxeo sólo con su presencia. Arcángel todavía no es campeón de boxeo, pero tampoco le falta mucho: cuenta la leyenda que una vez se quiso liar a golpes con un profesional de la crítica especializada en el patio de butacas de un teatro. Se conoce que el código ético de este cantaor le obliga a sacar la furia que lleva dentro no sólo cuando canta sino también a la hora de defenderse de las malas críticas.  El año pasado nuestro Muhammad Ali onubense estuvo a punto de ir un paso más allá en su carrera boxística y casi se lanza sobre un grupo de periodistas que estaban cubriendo una rueda de prensa en el ayuntamiento de Huelva.

Le tengo yo simpatía a los artistas salvajes. El escritor punk José Ángel Mañas, citando en una de sus novelas a alguien llamado Noriega, decía: «A los amigos, plata; a los enemigos, plomo; y a los indecisos, palos», y estoy bastante de acuerdo: a veces acaba por cansar tanto buenrollismo de los hermanos Gasol. También es verdad que si fuera yo el que hubiese recibido las galletas de Arcángel a lo mejor no me expresaba en estos términos, pero, puestos a recibir, casi prefiero que me casque una bailaora: un beso, Paloma Fantova. Perdón, no he podido evitarlo. En fin, que una mala bestia del cante y una gran noche en el Corral de la Morería.

 

Germán San Nicasio

Escritor

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