Camarón de la Isla: 25 años ya
Esto va rápido, señores: 25 años ya sin nuestro Príncipe, nuestro gitano más universal, nuestro héroe del flamenco, nuestro gran icono yonqui. Da vértigo pensar dónde andaremos dentro de otros 25. Mejor no pensarlo. Y lo de icono yonqui, que no se me enfaden ustedes, no lo digo porque Camarón se drogase más que nadie, que yo eso no lo sé, me refiero a que Camarón fue —es, y será— el gran portavoz de ese sentimiento de apocalipsis y desconsuelo que decía Félix Grande, ese demonio que a veces se nos rebela por dentro y nos domina y que forma parte de la identidad del ser humano. Porque aquí, quien más quien menos, todos tenemos alguna dependencia física y a todos nos está doliendo siempre algo: cuando no es una enfermedad es un desamor irreversible y cuando no es una situación injusta es un sueño frustrado que te abrasa por dentro. A todos nos duele algo y Camarón se queja por todos.
Yo aquel 2 de julio de 1992 tenía 14 años y nunca le vi en directo, pero los mitos son de todos y por eso me atrevo a sentir hoy a Camarón tan mío como de cualquiera de ustedes, y por eso me atrevo también a endosarles con tanta alegría mis monsergas sentimentales.
El caso es que para conmemorar la efeméride se celebró la noche de este 2 julio un concierto en el patio del Conde Duque (Madrid): Camarón. Más allá de la leyenda. Concierto sobre el que Chalaúra ya les ha ofrecido la oportuna información, pero no se me ocurría otra cosa que contar esta semana. Jorge Pardo estaba en la dirección artística, flauta y saxos, Carles Benavent al bajo, Tino Di Geraldo en la batería y Rubem Dantas percusión, más el Grupo Familia Camarón, compuesto por los hijos de Camarón: Luis, Gema y Rocío Monje, y el cantaor Bernardo Vázquez, el teclista Roberto Gómez, los guitarristas John El Canelo y Carlos Llave y el percusionista Jesús Román “Marote”. Y allí estuve con mi compi Israel Cuchillo, gran aficionado al flamenco, a la pureza en todas sus variantes y a la búsqueda de lo cabal.
Fue una hora y media de homenaje que incluyó lo que se nos prometía en el programa de mano: «versiones actualizadas y arregladas para la ocasión por Jorge Pardo, con paradas en las canciones más conocidas y representativas de Camarón». La leyenda del tiempo, Como el agua, Rosa María, Campanas del alba, Volando voy, Soy gitano… El público aplaudió mucho todo, y a mí lo que más me gustó fue la taranta que nos regaló Jorge Pardo él solo con su flauta. El propio Jorge Pardo nos contó la historia de cómo Camarón le enseñó a tocar tarantos mientras preparaban el espectáculo de La leyenda del tiempo, que, tiene narices, cuando salió el disco (Polygram, 1979), sólo les dio para hacer un único concierto. Como bien saben ustedes, fue un tanto tempestuosa la acogida que tuvo este disco. Pero lo importante aquí es la estampa de ese Camarón veinteañero enseñando los tarantos a Jorge Pardo, más veinteañero aún. De modo que el otro día en el Conde Duque, al virtuosismo conocido por todos de Jorge Pardo, se sumó el cúmulo de sentimientos y recuerdos que sin duda le espoleaban la inspiración a este pedazo de músico mientras soplaba la flauta. Se notó una electricidad muy especial en el aire, y, sí, déjenme ponerme cursi una vez más: Camarón cantó a través de la flauta de Jorge Pardo.
Se juntaban tantas cosas en el plato bueno de la balanza que era muy difícil que la suma no resultase emotiva, pero —por poner algún pero— diré que yo personalmente eché de menos Potro de rabia y miel, que son unas de mis bulerías favoritas de Camarón. Comprendo que para contentar a todos los fans habría que tocar la discografía completa, pero es que de Potro de rabia y miel hasta el título me parece insuperable. Como dice el periodista y escritor Francisco Peregil, tal vez sea el verso que mejor definiera a Camarón de todos los que cantó. Y ese arranque de puro escalofrío: Tú que iluminas mi fe / por donde quiera que voy / tú eres mi reina y señora / y por ti rezando voy / y por ti blanca paloma, y un pelín más adelante, el cacho que dice: Llevo dentro de mi sangre / un potro de rabia y miel / se desboca como un loco / no puedo hacerme con él… La letra la firman Pepe de Lucía y Antonio Humanes, y a tope la tengo puesta ahora mismo para motivarme mientras tecleo yo también bulerías en el ordenador, y aprovecho para recomendarles el libro de Francisco Peregil Camarón de la Isla. El dolor de un príncipe, que se publicó originalmente en 1993 y que Libros del K.O. reeditó en 2014 y que es lo mejorcito que he leído yo sobre Camarón y es impresionante que Peregil tuviera sólo 25 años cuando lo escribió.
Después del concierto, mi compi Israel y yo nos fuimos a seguir la fiesta al Burladero, el bar del Baudi —calle Echegaray, ustedes ya saben dónde queda porque ya le he hecho publicidad gratuita más veces— y, mira tú por dónde, a última hora apareció por allí la tropa de músicos con Jorge Pardo a la cabeza y pudimos hacernos unas fotos con ellos. Yo me sentí un poco culpable con Jorge Pardo porque el año pasado sacó disco nuevo y todavía lo tengo aquí en la mesa esperando a que le dedique el castillo de adjetivos elogiosos que se merece. Se titula Djinn (Manantial de Músicas, 2016), y es ideal para combinarlo con todo tipo de complementos vitamínicos orientados hacia vivencias de inspiración, que diría Walter Benjamin. Ya me lo tengo escuchado varias veces, estos días intentaré sacudirme la galbana y se lo recomendaré a ustedes como es debido.
En fin, al Isra y a mí nos hizo ilusión alternar un ratito con Luis Monje, y yo no pude evitar acordarme de unas palabras del cazatalentos Juan Verdú: «Camarón era el hombre más tímido que he conocido en el mundo. Podía estar en una fiesta en el Candela y no hablar en toda la noche. Y cuando le hablaban respondía con la mirada hacia el suelo». Antes de despedirnos le pedí a Luis Monje que me echase una firmita en el programa del concierto. Pieza de museo, señores, estén atentos a sus pantallas porque estoy pensando subastarlo en Ebay a ver si me saco unos duros. También nos hubiera gustado conocer a Gema y a Rocío, pero fueron las únicas que se quedaron descansando en el hotel. Una pena, se lo habrían pasado en grande con el Isra y conmigo en El Burladero, aunque hay que comprender que, vale, Camarón es de todos, sí, pero eso no significa que sus hijas también lo sean. Hale, hasta la semana que viene, y no olviden hidratarse, que vienen calores buenos.
Germán San Nicasio
Escritor