La voz de Félix Grande

Han pasado tres semanas desde que el silencio definitivo inundó la garganta de Félix Grande para darnos la noticia de su muerte. Nunca fue el silencio un gran problema para él, no era de los poetas que se suben por las paredes si no ven cada poco sus poesías en las mesas de novedades. Dice su adorado Paco de Lucía que en muchos casos un silencio tiene más valor que una escala de ésas vertiginosas que los guitarristas, a base de práctica, pueden llegar a picar muy pirotécnicamente. A veces los que más cosas tienen que decir son justo los que menos miedo le tienen al silencio. Tres semanas enteras. Da igual, podrá pasar toda la vida y la voz de Félix Grande seguirá ahí, templadísima, susurrante, latiendo en los que alguna vez tuvimos la suerte de oírle hablar.

Hay homenajes, en especial aquéllos con aspavientos de obituario, que suelen surgir impulsados más por intuiciones que por certezas, de ahí que casi nunca se brinden con la justicia merecida. La mayoría son como los guantes de los cirujanos: utilitarios, elásticos, desechables. Uno está harto de ver cómo la gente en los homenajes se hincha a soltar intuiciones una detrás de otra sin mancharse nunca las manos ni dejar una sola huella de certeza. Digo esto porque, parafraseando a una infanta cuando un juez de una isla le preguntó por las fechorías de su marido, a mí no me consta que Félix Grande fuese una buena persona, nunca tuve —en términos ordinarios— trato directo con él, pero estoy seguro de que lo era, buena persona, y como además eso es lo mejor que se puede decir de alguien, pues lo digo. No lo puedo evitar: mi intuición me ofrece más garantías que las intuiciones de los demás. De todos modos yo pensaba tomar impulso también en los avances de la neurociencia para acreditar mi pequeño homenaje.

Los investigadores profesionales dicen que la voz es el rasgo distintivo más contundente que tiene el ser humano. Por la voz podemos reconocer a una persona y saber al instante si es soñadora o aventurera, si confunde dignidad con altivez, si vive embarrancada en la melancolía o si en ese preciso momento está padeciendo un dolor de muelas insoportable. Por la voz podemos saberlo todo, un hombre habla y su voz nos presenta el relato íntegro de su biografía, igual que podemos leer la vida de un árbol en los círculos concéntricos de su tronco. Billie Holiday, Camarón de la Isla, Marlon Brando, Muhammad Ali, aquí cada cual tiene lo suyo y queda registrado en la voz, no hace falta ser científico para asomarse a una garganta y ver el itinerario de noches a la intemperie en su totalidad, con sus precipicios y también con sus jardines llenos de flores. En fin, que es imposible desconocer el corazón de un hombre después de oír su voz. A partir de ahí, cualquier intuición queda abolida: la voz de Félix Grande no deja margen a la sospecha, es pura certeza.

No me hizo ninguna falta hablar con él de manera peatonal, como hablan dos paisanos por la calle, para saber que era buena persona. Con el aplomo un poquito ensimismado de la inteligencia cuando se pone al servicio de la verdad y el vigor que da tener asumida la pesadumbre de la vida, así reverbera la bondad de Félix Grande. Y es que no escuchábamos su voz, vivíamos en ella, vivíamos, y seguimos viviendo. Ya sea para homenajear las tristezas a versos o para explicar las maravillas que le inspiran los cantes flamencos, su voz es una especie de eternidad resonante cuajada de aliento humano, y al final lo que venga a decir es casi lo de menos, porque todo parece bueno y sabio cuando lo dice su voz. Un regalo de efecto balsámico que te arrulla, te cura las fiebres y los demonios, te llena de paz. Siempre tiene que llegar el silencio definitivo para enseñarnos cuánto necesitamos oír una determinada voz en la vida. Las palabras y los que a veces todavía jugamos con ellas al filo de la enajenación viviremos siempre en la voz de Félix Grande.

Germán San Nicasio

Escritor

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