Sorolla, que rima con: una buena ración

de tortilla de patatas con cebolla

Ya veis la que tienen montada en Hollywood con el actor Kevin Spacey y con el productor éste coleguita de Quentin Tarantino. Qué envidia, eso es candencia informativa y no lo que tenemos aquí. Es increíble: Hollywood, el Vaticano, la Casa Blanca, los ejércitos, incluso el mundo del fútbol se ha visto salpicado por algún escándalo de abusos sexuales. ¿Y qué pasa con el flamenco? A ver si es que va a resultar ahora que somos el único mundo que ha sabido embridarse los vicios sin conculcar ninguna convención mainstream actual.

Decía Kevin Spacey en la primera temporada de House of Cards:

—Un gran hombre dijo una vez: “Todo en la vida tiene que ver con el sexo, excepto el sexo. El sexo tiene que ver con el poder”.

Parece que fue Oscar Wilde el primero en compartir con el mundo este pensamiento con tufo de gran verdad, y ahora todo apunta a que el capullín de Kevin ha querido darle al método Estanislawski por delante y por detrás.

Posiblemente todo ejercicio del poder sea siempre abuso de poder, y esto hoy en día está mal visto y resulta machista porque hasta ahora, salvo por un par de casos muy excepcionales, el poder siempre lo han ejercido (de manera oficial al menos) tipejos indeseables que se las suelen dar mucho de machos. Bien, pues el flamenco no creo yo que sea tan ajeno a las estructuras de poder.

El flamenco es «tan machista como el país en el que vivimos», dice Silvia Cruz Lapeña en su reciente libro Crónica jonda (Libros del K.O., 2017), libro delicioso que ya me tengo yo puntualmente leído y en cuanto saque un rato de serenidad se lo voy a recomendar a ustedes para estas Navidades. Otra que lo dice es la cantaora Rosalía, y éste era el apodíctico encabezamiento que traía una entrevista suya de hace poco: «El flamenco es machista. Pero como todo». Y Rocío Márquez, y Belén Maya… Cada vez hay más gente que lo dice. Silvia Cruz Lapeña, en su libro, matiza el conflicto unas páginas más adelante: «Sé, porque he conocido a muchas, que las artistas tienen opciones. Pero también sé que no digo del todo la verdad cuando digo que el flamenco es tan machista como el país en el que vivo». A lo mejor es que es aún más machista. El flamenco, digo. No sé, yo también veo mucho machismo por todas partes, mire donde mire, y hasta algún ramalazo detecto a veces en mí mismo, y no me gusta y desde aquí pido perdón y espero poder enmendarme. Dicho esto, comparto la expectación que días atrás expresaba en su sitio web el escritor Ramón Buenaventura en relación con las posibilidades de Facebook y Twitter para reforzar la opinión pública. Sin descuidar los riesgos de linchamiento, acusaciones falsas y demás, a lo mejor a golpe de retuit avanzamos algo para que los machismos vayan dejando de quedar impunes.

Y así, con todos nuestros vicios en el centro de la actualidad, llegamos al 11 de noviembre de 2017, fecha que pasará a la Historia por ser el día en que por primera vez en mi vida asistí yo a un espectáculo del Ballet Nacional de España. Poco a poco las gentes de bien que se preocupan por mi reinserción social están consiguiendo darme una cultura. El escenario fue el Teatro Real y el espectáculo se titulaba Sorolla. Entradas agotadas. Una maravilla.

Según nos explica en el programa de mano Antonio Najarro, director del Ballet Nacional, Sorolla es un viaje de catorce escenas inspirado en los catorce cuadros de la colección Visión de España que Joaquín Sorolla pintó para la Hispanic Society de Nueva York. Y aquí tenemos «las danzas más significativas de nuestro folclore junto a otras creaciones de danza clásica española, escuela bolera y flamenco». Por lo que afecta a la parte flamenca, la música es de Paco de Lucía y Enrique Bermúdez, y las coreografías son de Manuel Liñán y Antonio Najarro. El programa de mano hace referencia a tres guitarristas: Enrique Bermúdez, Jonathan Bermúdez y Diego Losada (aunque a mí sobre el escenario me pareció ver sólo a dos), y a la percusión estaba Roberto Vozmediano y al cante Saray Muñoz y María Mezcle. A los músicos de la Orquesta Titular del Teatro Real no los voy a nombrar aquí a todos, claro, pero con los bailarines sí quiero darme el capricho. Espero no equivocarme mucho, mis disculpas por anticipado (los pongo por orden de aparición en los elencos): Inmaculada Salomón, Pilar Arteseros, Patricia Fernández, Tania Martín, Sara Arévalo, Estela Alonso, Cristina Aguilera, Vanesa Vento, Irene Tena, María Martín, Alfredo Mérida, Juan Pedro Delgado, Pedro Ramírez, Adrián Maqueda, Antonio Jiménez, Daniel Ramos, Víctor Martín, Albert Hernández, Axel Galán, Míriam Mendoza, Débora Martínez, María Fernández, Carlos Sánchez, Carlos Romero, Álvaro Marbán, Alba Expósito, Álvaro Madrid, Antonio Correderas, Eduardo Martínez, José Manuel Benítez, Sergio Bernal, Marina Bravo, Esther Jurado, Inmaculada Sánchez y Carla Prado.

Mi aplauso para todos ellos.

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A mí en general el ser humano me ha parecido siempre una especie muy vil y despreciable, capaz de todo lo malo y lo peor, y los abusos machistas que hablábamos antes, pero hay que rendirse ante los milagros que consiguen a veces algunas personas. No quiero ni pensar la de horas que hay que echarle para llegar a sincronizar tan milimétricamente semejante multitud de brazos, piernas y —digámoslo ya— entrepiernas. Porque tengo yo la sospecha —o la fantasía, no sé— de que también los fulanines estos andan día y noche con los vicios en danza y todos con todos. O sea: ¿soy yo el único aquí que piensa que una compañía de danza sin tensiones sexuales internas ni es compañía de danza ni es nada? Y no me refiero sólo a la clásica pelea de leones por ver quién se encama con el bailarín más macizo, sino a la trifulca multitudinaria por subir de estatus dentro de la propia compañía. Yo me trajino al individuo o individua que corresponda y me hago con el puesto de bailarín principal o igual hasta acabo de director y coreógrafo. No me estoy inventando nada. O quizá sí.

En el programa de mano viene perfectamente detallado cómo se articula en nuestro Ballet Nacional el tinglado jerárquico que le da estructura de poder. Director, asistente de dirección, directora adjunta… Es un órgano dependiente del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM), y éste a su vez depende de la Secretaría de Estado de Cultura, lo que significa que al final todo cuelga del Ministerio de Cultura, Gobierno de España. De modo que si eres bailarín o bailarina del Ballet Nacional y tienes ambiciones —lo que tal vez sea un pleonasmo— te interesa no quedarte corto a la hora de elegir abusador. Yo me iría directamente a por el Secretario de Estado (o Secretaria, lo que sea). Así, sin reparar en escrúpulos. Más que nada porque el señor Ministro igual ya es pasarse de frenada, aunque, bueno, si te ves con ánimos y consigues intimar con alguien de Presidencia del Gobierno, o, ya puestos, con su majestad el Rey, pues ole tú y que tiemble Hollywood porque a partir de ahí tu carrera artística no habrá hecatombe que la detenga. La periodista Julia Otero lo llama prostitución, pero yo últimamente es la única manera que veo de que lleguen a darme a mí algún día el Nobel.

En fin, eso, que me parece que en el Ballet Nacional de España la gente no se aburre y a mí estos entramados subterráneos siempre me dan más juego que lo que ocurre en los escenarios a un nivel puramente artístico, con perdón de don Joaquín Sorolla. Ustedes me comprenden, nuestro Kevin Spacey está ahora mismo imposible de resucitar y a los fans de House of Cards no nos queda otra que tirar de imaginación para darle alegría al morbo. Y hasta aquí el documental de naturaleza salvaje de hoy. No se pierdan el de la semana que viene, que va a traer miga buena también.

Germán San Nicasio

Escritor

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