Las Voces de Sara Baras
Un día más, queridos amigos, amigas, es una grandísima satisfacción para mí darles la bienvenida a esta cita aproximadamente semanal con el baile, a este celestial oasis web de efervescencia y distinción, cuyo índice de popularidad, gracias al exquisito gusto de todos ustedes, sigue creciendo minuto a minuto. Hoy estamos de celebración. La bailaora que les traemos en esta ocasión es una de las grandes: Sara Pereyra Baras, Sara Baras (San Fernando, Cádiz, 1971), un mito hecho carne que no necesita presentación. Estos días ha actuado con su compañía en un festival llamado Madgarden que ha tenido lugar en el Real Jardín Botánico Alfonso XIII de la Universidad Complutense (Madrid). Cuatro días seguidos nos ha visitado la bailaora para traernos su nueva creación: 28, 29, 30 y 31 de julio (2015). Yo tuve la suerte de presenciar la función del 28, martes. Voces, lleva por título el espectáculo. Dirección y coreografía: Sara Baras. Música: Keko Baldomero.
En primer lugar, es un gusto encontrarse con un programa de mano tan lujoso y rigurosamente detallado. Gracias a la extensa nota biográfica que se incluye sobre Sara Baras, pude enterarme de que nuestra estrella ha cedido recientemente su imagen a la firma de juguetes MATTEL en favor de Aldeas Infantiles para que se comercialice una muñeca Barbie inspirada en ella. “Barbie Sara Baras” se llama, y, como su propio nombre indica, es una réplica en miniatura de Sara Baras. Hombre, puestos a jugar con muñecas, yo preferiría que la réplica fuese a escala real, con las medidas exactas, así todos podríamos bailar con ella cuando nos diera el capricho, aunque una “Barbie Sara Baras” al lado de mi ordenador tampoco quedaría mal, a lo mejor me servía hasta de musa. También vienen, en el programa de mano, las biografías de los artistas invitados, la sinopsis y el desglose por piezas de la obra, la ficha artística y la alineación completa del equipo técnico, y además hay un texto del escritor y columnista Alfonso Ussía, un piropo sacado de un libro que se titula Mujeres del reino. Dice don Alfonso: «Sara Baras no es dibujo porque Picasso no la conoció, no es poema porque García Lorca, Alberti o Villalón decidieron nacer antes, no es copla porque Rafael de León se puso a morir cuando ella era niña, no es novela porque Hemingway, de haberla visto, estaría borracho, no es escultura porque a quién se le ocurre nacer Miguel Ángel tan a destiempo». ¿Algo que objetar? Yo no estoy aquí para hacer crítica literaria.
Durante la media hora exacta de retraso que nos tocó esperar hasta que empezó la función, los señores responsables de la megafonía tuvieron la buena idea de calzarnos a todo volumen un compact disc entero de Camarón de la Isla para ir poniendo el ambiente a tono. El graderío estaba hasta los topes, y en el escenario había seis paneles verticales con retratos de Paco de Lucía, Carmen Amaya, Camarón, Enrique Morente, Moraíto y Antonio Gades. Voces es un homenaje de Sara Baras a todos ellos.
Y entonces se oye la voz del locutor de radio Carlos Herrera, que hace las veces de presentador, y suena Canción de Amor, de Paco de Lucía, y sale por fin Sara Baras. Todo lo que pueda contarles cualquier cronista de por ahí, por agudo y preciso que les parezca, no será más que pura palabrería. A Saras Baras hay que verla. Punto. Luego la obra tiene un aire muy de musical de Broadway y se van intercalando fragmentos de voz de Paco de Lucía, Camarón, Gades, etc. Los seis paneles verticales de los retratos son movibles y por detrás son espejos: metáfora elegante. La escenografía corresponde a Ras Artesanos. Hay un cuerpo de baile formado por tres bailaoras y tres bailaores, que, aparte de acompañar en muchos momentos de la función a la directora y coreógrafa, también interpretan un par de piezas sin ella. Los músicos son: dos guitarristas, tres cantaores —me gustó especialmente Rubio de Pruna, que es muy camaronero y de ahí que Paco de Lucía también se lo llevara de giras por el mundo—, más otros dos individuos a la percusión. Y luego los artistas invitados: José Serrano, bailaor, que en una de sus intervenciones en solitario sacó un capote de torero y se puso a pegar verónicas por allí, y Tim Ries, saxofonista de los Rolling Stones. El vestuario lleva la firma de Torres–Cosano y cada diseño es otra obra de arte.
Dos horas de taconeos, hasta que en un momento dado la bailaora coge el micrófono de teleoperadora de Rubio de Pruna y empieza a presentar uno por uno a todos los miembros de la compañía, y luego pidió al público un minutito especial de atención porque tenía algo importante que contarnos. Y lo que nos contó fue que lleva algún tiempo colaborando con una asociación llamada “Mi Princesa Rett”, que se ocupa de recaudar fondos para el estudio de una enfermedad de las denominadas raras que se conoce como Síndrome de Rett y que, además de ser muy terrible, es tan machista que únicamente afecta a niñas. Sara Baras nos invitó a que buscásemos en Internet para informarnos. Yo he buscado, y lo que he encontrado me ha encogido todo por dentro. Se trata de una alteración congénita que no es perceptible durante el embarazo ni en el parto, sino que se manifiesta en el segundo año de vida, afecta a una de cada 10.000 niñas aproximadamente y las discapacidades que provoca a todos los niveles son muy graves. Asociación “Mi Princesa Rett”. Sara Baras es su madrina.
Después vino el clásico fin de fiesta por bulerías y Sara Baras se despidió gritando un ¡¡¡¡¡gracias!!!!! enorme que resonó flamenquísimo por todo el Real Jardín Botánico. No sé quién acabará más extenuado, un boxeador al final de un combate o una bailaora después de una actuación —me acuerdo de El gran silencio, la novela de David Torres, que estaba llena de boxeo y baile flamenco—, lo que es de todo punto indiscutible es la entrega y el corazón de esta mujer: fue absolutamente grandioso ver cómo Sara Baras se dejó hasta la última gota de fuerza en el escenario.
Este año es el primero en el que los premios Príncipe de Asturias se llaman premios Princesa de Asturias, y van los tolis estos del jurado y le dan el de las Artes a un tal Francis Ford Coppola cuando tienen aquí a esta señora justo al lado. ¿Serán capaces de enmendar la cagada para el año que viene? Un poquito de gusto, por favor.
Es medianoche cuando acaba el espectáculo y mi acompañante y yo salimos del recinto entre el gentío y, mientras vamos dando un paseo hacia la boca de metro de Ciudad Universitaria, comentamos cosas sobre Sara Baras.
Mi acompañante me cuenta la vez que la vio bailar en el Gran Teatro de Shangai, hace algunos años ya. Después de la actuación tuvo la oportunidad de saludarla y estuvo hablando con ella un rato largo que, al menos para mi acompañante, fue inolvidable.
—Te aseguro que fuera del escenario es un ser igual de mágico o más que en el escenario.
Y mi acompañante despliega su repertorio de piropos, y yo estoy muy de acuerdo con todos y cada uno de ellos, de hecho, si los señores del Festival Madgarden me hubiesen acreditado para las cuatro actuaciones de estos días, me habría encantado ir a las cuatro (si no he ido por mi cuenta ha sido sólo por razones financieras), pero al espectáculo en sí le pongo dos peros: lo de intercalar cachos de voz de Paco de Lucía, Camarón y demás en medio de la función, me suena a efectos especiales: vale que es un homenaje, pero parece el típico truco que utilizan los directores de cine en las películas malas cuando, en vez de dejar que sea la propia historia o la interpretación de los actores lo que de verdad provoque emoción, recurren arteramente a la banda sonora para manipular las emociones del espectador. Eso por un lado, y por otro: a mí personalmente no me importaría si el espectáculo, en lugar de durar dos horas, durase la mitad, o tres cuartos de hora, siempre que Sara Baras estuviera todo el rato en el escenario, y ya si quitase el cuerpo de baile y los cantaores y se quedase ella sola con un guitarrista y nada más, eso sería la leche. Bueno, y otra cosa: yo no es que sea del todo antitaurino, pero ¿por qué esa manía de sacar siempre un capote de torero? Igual que un futbolista celebrando una liga.
Y de repente veo que mi acompañante se frena en seco y se convierte en tormenta y empieza a caer en forma de rayos y truenos sobre mí:
—¿Por qué te empeñas en querer siempre que la gente lo haga todo a tu manera para que las cosas puedan gustarte? —me suelta.
Y a renglón seguido la tormenta se convierte en Mike Tyson y: un–dos–un–dos. No voy a transcribir aquí la reprimenda en su totalidad porque, aunque es verdad que soy yo muy dado a extenderme retóricamente cuando considero que el asunto lo merece, tampoco creo que a ustedes les apetezca leer toda la retahíla de razonamientos aleccionadores.
Lo que mi acompañante me reprocha —y entenderán que si no escribo aquí su nombre es para evitar una escalada en las hostilidades— tiene que ver básicamente con el tema de los rasgos identitarios propios de cada artista. Según mi acompañante, lo que ha hecho mundialmente conocida y admirada a Sara Baras es justo lo que yo quiero quitarle, porque la historia minimalista que yo planteo de ella sola con un guitarrista y punto, eso no sería Sara Baras, sería otro concepto totalmente distinto —menos mal que aquí mi acompañante utilizó la palabra “concepto” y no la palabra “producto”, porque entonces ya hubiera sido señal inequívoca de idiomas diferentes—, y, en fin, que en vez de dedicarme a poner peros, debería dar las gracias por el hecho de que una artista, una bailaora de Cádiz, lleve un montón de años paseando el nombre de España y nuestra cultura por todo el planeta, igual que lo hacen, le pese a quien le pese, Pedro Almodóvar, Santiago Calatrava o Miquel Barceló, por ejemplo.
La intensidad media del sermón fue de grado cuatro en la escala Richter de los reproches, pero subió a grado seis punto cinco cuando mi acompañante descargó el golpe definitivo:
—Es como si te digo yo a ti ahora que tienes que escribir igual que Borges para que leer tus textos merezca la pena. ¿Qué te parecería, eh?
—Touché.
Germán San Nicasio
Escritor